Planificar el año

Planificar el año. Claves para programar un año exitoso

Terminan las vacaciones, termina el mes de enero y de a poco vamos pensando en el año laboral que comienza. Siempre hemos querido planificar y no hemos podido. Aquí el primer consejo útil: no exigirnos una lista demasiado ambiciosa. 


 

En un momento en que se fijan metas y objetivos, ¿cómo manejar la ansiedad, organizarse y adecuar tanta expectativa a nuestras posibilidades? El comienzo de año suele ser la línea de largada de una maratón de deseos frenéticos, intereses y cientos de logros por conquistar. Por algo el consenso popular se resume en el dicho «Año nuevo, vida nueva». El primer día de enero parece ofrecerse como un cuaderno nuevo, la hoja en blanco donde escribir una nueva historia. En días como estos, el cuerpo de muchos suele experimentar un importante pico de ansiedad y motivación. Es más: tal es la expectativa por «la nueva oportunidad» que el estrés con el que llegamos al pan dulce se cree exorcizar con la ingesta compulsiva de 12 pasas de uva, a las 12 en punto, con las 12 campanadas. Lo cierto es que, más allá de cualquier truco o ritual mágico que suele aconsejarse o heredarse, a fines del año próximo seguramente se repetirá la escena, excepto que detengamos la máquina y repensemos las estrategias para que el que viene sea verdaderamente un año «productivo».  ¿Qué entender por «año productivo»? Por lo menos, aquel que se ajuste a nuestros verdaderos intereses, deseos, inquietudes u objetivos. ¿Qué objetivos? Los que dijimos en un principio: «Dejar de fumar, hacer dieta, ir al gym; cambiar de trabajo, de auto, de celular, de barrio, de pareja …». Y tantos otros más. Muchos de los cuales, cada quien con los suyos, suelen ser reiterados intentos frustrados que vivimos como un «karma». Es más, al reafirmar «este año, SI», lo que solemos hacer es recordarnos el «NO haberlo logrado» todavía. Así es como, en muchos casos, se aceita la rueda de culpas y autocastigos: «No tengo suerte», «no puedo», «no soy capaz», «esta situación/este lugar no da para más», etcétera. Cada cual con su capacidad de hacer atribuciones. Lo cierto es que no hay cuerpo ni cerebro que resista tamaña lista de exigencias. Por más buena voluntad e intenciones que podamos tener, no resulta saludable cargar con tanta presión (ni con la nuestra ni con la de los que esperan tanto de nosotros). En este contexto, un primer buen deseo para este año podría ser: «Revisar qué es lo que realmente queremos y podemos llegar a conseguir». Este sería uno de los puntos esenciales para entender los factores que pueden ocasionar «los reiterados desencuentros entre nuestros deseos y su respectivos logros». Es posible, y muchas veces aconsejable, contar con alguien más capacitado que nosotros, al menos en estas cuestiones, para que nos ayude en la tarea de respondernos a ésta y otras preguntas: ¿Cuál es la verdadera motivación en cada objetivo que nos proponemos? ¿Es nuestro verdadero deseo, o es lo que deberíamos hacer o lo que esperan de nosotros? Estos objetivos que me impongo, ¿son posibles, son precisos, son alcanzables? ¿Qué necesito para poder cumplirlos? ¿Soy consciente de los tiempos y recursos que necesito para llegar a la meta? ¿Soy constante? ¿Tengo verdadera voluntad de sostener el proceso y el tiempo que implica…? Con este ejercicio no se pretende sumar más tareas a lo que ya tanto trabajo lleva. Quién dijo que era tan fácil planificar todo lo que uno desea. Se trata, en este caso, de hacer prevención. Estas preguntas son tan sólo una invitación a partir de un lugar distinto, a ampliar la mirada y pensar como más accesible y saludable el punto de llegada. Es una forma de disminuir los niveles de estrés y ansiedad y empezar a cuidar un poco más nuestra salud física y emocional.

 

Palabra experta

Milagros Pérez Oliva es una reconocida periodista del diario El País de España. Ella es especialista en temas sociales y de salud. «El malestar de fondo es esta continua preocupación que tenemos por la vida que llevamos y por cuál será nuestro futuro», anticipa la periodista, quien rescata que estos malestares son un tema recurrente en las charlas que viene ofreciendo por distintos lugares del mundo. «Es tal el temor por no poder conseguir todo lo que se quiere tener -explica- que vivimos sumidos en una rueda continua y permanente de exigencias. Una clara expresión de este rigor es la medicalización de la vida cotidiana. No soportamos la posibilidad de equivocarnos, no aceptamos la frustración, no toleramos las limitaciones, ni tampoco los tiempos que necesita un proceso… Entonces, creemos que una pastilla puede curarnos de cualquier malestar.» Milagros Pérez Oliva es de la idea de que en esta sociedad «líquida y descartable, de consumidores consumidos», tal como lo describe en sus obras sucesivas el sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman, «nada de lo que tenemos alcanza y es así como, producto de las exigencias y la insatisfacción, han ido apareciendo nuevos cuadros o trastornos mentales relacionados con la búsqueda desesperada de objetivos o soluciones». Es en este contexto social y cultural, propio de estos tiempos, donde todos parecemos ser más vulnerables porque, precisamente, como subraya Milagros, «en la búsqueda de tantas cosas y con tal de que todo salga perfecto, eludimos muchas de aquellas vivencias y experiencias -agradables o no- que deberíamos afrontar para hacernos más fuertes». No debemos olvidar que este resulta ser el escenario sobre el que planificamos nuestros proyectos vitales la mayoría de los hombres y mujeres (y también, lo que es peor, niños y adolescentes, de los que somos responsables). Una buena manera de empezar sería ejercitando la «aceptación» de lo que nos pasa y cómo lo vivimos. «Aceptar no es resignarse -enfatiza Milagros-. Aceptar es reconocer, entender que no todo es la producción y el consumo de bienes, que no todo es tener mucho más de lo que se necesita ni ser cada día más perfecto. Es en este marco donde no aceptamos lo diferente o aquello que se aparta del verdadero deseo o de nuestras posibilidades.» La mirada de Milagros refuerza la idea de revisar las preguntas que nos hicimos más arriba. Así como nos invita a repensar el valor y el impacto físico y emocional que le ponemos a cada comienzo de año: «No hay que esperar el 31 de diciembre para darse cuenta de lo que uno realmente necesita o de que hay cosas que no nos gustan de la vida que llevamos. La vida es un día a día, y si uno descubre algo un 12 de julio, pues será el 12 de julio el día en que iniciemos el cambio o la búsqueda de una nueva meta». A lo mejor, de lo que se trata es de no tener que planificarlo todo, sino de echarse a andar la vida a conciencia e ir descubriendo, paso a paso, qué cosas nos hacen o nos harían verdaderamente felices a cada uno de nosotros.

revista@lanacion.com.ar

 

 

Mejor celebrar que hacer balances

Por Miguel Espeche

El modelo empresarial-contable no sirve para ponderar las cosas del alma, esas que muchos suelen abordar cuando el año nuevo se otea en el horizonte. Los balances de productividad, de objetivos cumplidos o no, lo que hacen es enloquecernos un poco y, sobre todo, angustiarnos por no haber hecho lo que se supone debíamos haber hecho, según la agenda pactada con nosotros mismos. Cansados del trajín de todo un año, acalorados por el implacable verano, bombardeados por las (genuinas o artificiales) exigencias de las fiestas… ¡y encima hacer un balance existencial con parámetros más propios de la industria que las de una vida que se precie! No, gracias. Mejor vivir al contado, honrar lo que se tiene y dejar para el invierno (o para nunca) la siempre desangrante letanía de enumerar todo lo que «falta» para ser perfectos. Expresiones como «este año me pongo las pilas» homologan a las personas a un aparatito eléctrico, siendo que al mirar el horizonte y proyectar en él los propios afanes se trata de ir imaginando hacer algo que se proyecta desde el alma, no desde una fuente de energía como lo es una pila, con todo lo que eso significa a nivel de lo simbólico. Si lo que somos y tenemos nos ha permitido vivir una vida hasta la fecha, lo mejor es agradecer el haber y no darle demasiada bolilla al debe, por más que los acelerados de siempre crean que eso implica un riesgo cierto de «conformismo», como si estar conformes implicara dejar de tener sueños y deseos que nos motoricen. La celebración es mucho más útil que amargarse por lo que, en realidad, nunca fue nuestro, como lo son, por ejemplo, los objetivos incumplidos. Al celebrar, vale hacerlo por eso que se hizo, por lo que hay y no por lo que se supone que falta. Vale disfrutar de lo disfrutable (estar vivos, por ejemplo) y dejar los balances contables para tiempos operativos, pero no existenciales. Sumergirse en el interior propio para reencontrar sueños, deseos profundos, emociones que forman parte del ADN de lo que somos, es la mejor manera de nutrir los objetivos y las acciones tendientes a su logro. Y eso es algo que se puede hacer durante el final del año, pero hay también otros 364 otros días como para emprender dicha tarea. Contentos, tristes, enojados, enamorados o no, con plata o sin ella… el final de un ciclo marcado por el calendario nos encuentra así. No es ni bueno ni malo, simplemente es. Podemos decir, con certeza, que se trata de un punto de inicio más que de un final y en eso estriba, sin dudas, lo interesante de la historia.

 

Si queremos planificar, podemos tener en cuenta lo siguiente:

  • Pensar en objetivos a corto plazo. Metas concretas, realmente necesarias, próximas, asequibles. Una vez que las hayamos alcanzado, avanzar e ir más allá, sin perder de vista los próximos pasos cortos a seguir (para poder llegar lejos o hasta donde se pueda).
  • Graduar el deseo y la motivación. Hacer de nuestros proyectos una verdadera obra de sinceridad y compromiso con nosotros mismos, establecer prioridades para poder llegar a la acción y no detenerse o quedarse enredado en la partida.
  • Evaluar las herramientas y recursos disponibles. Cuánto esfuerzo debo hacer para llegar a la meta, si tengo voluntad de hacerlo y sostenerlo, qué necesito, con qué cuento, cuáles son mis fortalezas y habilidades, qué debería aprender o modificar.
  • Sostener en el tiempo. Cuando el deseo es verdadero, ejercitar la voluntad sin exigirnos ni más ni menos de lo que verdaderamente se pueda hacer. Es bueno visualizar la meta y sus beneficios para sostener el desafío. Aprender a ser flexible. Tener capacidad de adaptación. Muchas veces se necesita más tiempo del previsto. Muchas otras veces, en el camino uno descubre que hay otras posibilidades, alternativas u opciones. Puede ocurrir que en la marcha resulte necesario redefinir el objetivo que nos trajo hasta acá.
  • Saber pedir ayuda. Siempre y cuando resulte necesario, según el objetivo o la meta, aceptar la colaboración de quien creamos que está capacitado para escucharnos, acompañarnos o tendernos una mano.
  • Tener confianza en uno mismo. Ejercitar los aspectos positivos. Todos tenemos habilidades y fortalezas.

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1338048