Los alumnos «cuenteros» del secano
Estudiantes del profesorado en Lengua y Literatura recrearon historias y mitos lavallinos. Les sirvió para aprender a escribir, narrar y, de paso, fortalecer la cultura popular del departamento.
Fuente de la noticia: www.losandes.com.ar
(Marcos García / Los Andes)
Textos: Miguel Títiro
Se trata de una práctica de trabajo del Taller de Comprensión y Producción de Textos Escritos, que conduce la profesora y licenciada en Letras, poeta y documentalista Bettina Ballarini en el Instituto de Educación Superior (IES) 9-024, ubicado en el centro de la Villa Tulumaya.
Los jóvenes que asisten a ese establecimiento se capacitan para convertirse en profesores de Lengua y Literatura.
Los textos que armaron, antes que nada, les servirán para aprobar la materia que cursan con Ballarini, gestora del otorgamiento del Doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional de Cuyo al director de cine Leonardo Favio.
Juan Pablo Alvelo (30), uno de los alumnos, es rosarino pero aquerenciado en suelo lavallino. Su texto tiene más de leyenda urbana que del desierto. Describe la visita de dos hermanos, de apellido Cabrera, a un viejo cementerio. Su objetivo: verificar los rumores acerca de que en el centro de la necrópolis se encontraba una fuente, junto a las lápidas de una pareja de ancianos muertos en un incendio.
En el colectivo imaginario del relato circula la versión de que arrojando de espaldas una moneda a la fuente en noche de luna, algún hecho sobrenatural sucedería. Pero a los dos jóvenes les ocurre un accidente al desprenderse una parte de una cornisa de un panteón, que al caer con estrépito hace que los muchachos huyan despavoridos; uno de ellos con tal sobresalto que cuando va corriendo sufre un paro cardiorrespiratorio que termina con su vida. «A partir de ese suceso, nadie volvió a desafiar al viejo cementerio», concluye el escrito de Juan Pablo.
Las dunas
Emilce Jara tiene 39 años, ya crió a sus hijos y se puso a estudiar de nuevo. Uno de ellos juega en las inferiores de River y otra, de 21 años, cursa en el mismo Instituto de Educación Superior.
Su historia de ficción se va para Los Altos Limpios, médanos cercanos a la Reserva Telteca, a 130 kilómetros de la capital mendocina. Con ese marco geográfico, Emilce escribió un relato en el que mezcla la labor autóctona del lugar, la cría de cabras, con la fantasía y lo irreal: «Yalí y el pozo del diablo» se llama el cuento, inspirado en una nota periodística de Los Andes. Yalí, casi una niña, lleva a pastorear a sus animales y en una incursión a campos con nuevas pasturas, se pierde.
La familia se afana tras sus pasos, sin resultados. Un remolino de arena la succiona y grita desesperada, hasta que la escucha su padre, que había salido a buscarla. Pero el torbellino se traga a padre e hija. «Por eso, tierra adentro, cuando alguien ve un remolino, no se acerca por temor a que le pase lo mismo que a los infortunados puesteros», explica la estudiante.
El Forzudo
Un paraje cercano a San Miguel de los Sauces, al noreste de Lavalle, llamado El Forzudo, es el escenario de la composición literaria de Jimena Heras (32). «Me contaron en el campo -dice la alumna- que El Forzudo se llama así por la muerte de una niña, integrante de una familia de pequeños ganaderos, a manos de un individuo grande y despiadado. El propio asesino se mezcla entre la gente que buscaba al responsable del crimen, pero las huellas de su caballo conducen hasta el lugar donde ha enterrado a la desdichada víctima y lo descubren».
Bandoleros
«Bandidos del desierto» es el trabajo que preparó Micaela Díaz (22), habitante de Colonia Italia. Cuenta la historia de seis bandoleros que asaltan a una familia de campo y en la huida tienen visiones que los persiguen, alucinaciones, y al final terminan matándose entre ellos. «Me inspiré leyendo la saga-ficción del gaucho Santos Guayama, que robaba y repartía», contó la futura docente, que de chica -según dijo- jugaba en zona de médanos donde el sol reverberaba en la arena «y nos parecía ver sombras o figuras difusas, que siempre desaparecían».
Ivana García (41), lasherina, se basó en una tradición oral sobre una propiedad rural muy próspera en Panquehua. Tituló su relato «La finca de las mil higueras» y en ella se narra lo ocurrido con unos adolescentes que van a robar brevas a esa estructura agraria y productiva, cuyos dueños han hecho un pacto con el Diablo y allí se encuentran con unas mujeres jóvenes, que resultan ser brujas que salen volando. «Así lo escuché entre personas muy antiguas de zonas que lindan entre Las Heras y Lavalle», dice Ivana.
Otro cuento es «La luz mala», de Celia Araya (18 y madre de una hija), basada en una cacería de liebres que una vez realizó su abuelo, Juan Carlos Lépez, con amigos en descampados de la zona de El Carmen, hasta que una fosforescencia en el terreno los asustó tanto que volvieron a sus casas todo lo rápido que pudo acelerar el tractor que los transportaba.
Los jóvenes que contaron su experiencia en la sala de profesores del colegio, dijeron sentirse orgullosos de poder participar del rescate de leyendas, historias y mitos. Es su manera de acercarse a muchos autores ilustres de Mendoza, como Juan Draghi Lucero, el narrador fallecido a los 99 años en 1994, y recordado como una de las «voces» del desierto.