Entrevista a Marisa Pérez Alonso

Entrevista a Marisa Pérez Alonso


Marisa es profe de Literatura y escritora. Su último libro, llamado «Juan de este mundo», ganó el primer premio en un concurso de novela juvenil, organizado por la Editorial Elevé. La entrevistamos y descubrimos una persona exquisita, optimista, con mucho para dar. Aquí, ella es la protagonista de la historia y se presenta así…  

Me llamo Marisa Pérez Alonso y soy profesora en el Nivel Superior de la escuela Normal “Tomás Godoy Cruz”. Me recibí de Licenciada en Literaturas Modernas en la UNCuyo.  Doy clases de español para alumnos extranjeros. Me encanta ser docente y me carga de emoción y alegría compartir la lectura con otros que encuentro en el camino de las palabras. Cito a Arturo Graf: “Excelente maestro es aquel que, enseñando poco, hace nacer en el alumno un deseo grande de aprender”. Me gusta viajar y descubrir esos detalles que nos diferencian a todos los que caminamos juntos. Pienso que la magia existe entre nosotros y nos hace un prodigio. Me gusta pensar que el futuro es esperanzador y yo estoy haciendo algo porque sea un mejor lugar.

 

Contanos…¿cómo surgió en vos la idea de ser escritora?

Comencé a escribir de grande. Aunque escribía desde la adolescencia, no creí en mí como escritora hasta después de los treinta. Y porque mi esposo Daniel insistió en que me tomara en serio. Yo funciono así: algunas personas cuando están escuchando una exposición y se aburren, dibujan en el margen de la hoja… bueno, yo me imagino historias (especialmente del género fantástico). En esos momentos, escribo brevemente la anécdota. Luego, voy haciéndole pasadas o agregados hasta que queda medianamente como es el plan. Dejo que pase un tiempo y vuelvo sobre el texto para corregirlo una o dos veces más. Cuando tomé conciencia de lo que hacía, me dí cuenta que era una escritora y que me faltaba publicar para redondear el proceso.

¿Cómo se gestó el libro Juan de este Mundo?

Me decidí a escribir una novela destinada a niños que fuera una historia de amor (a pedido de mi hija de catorce años) y que contara el encuentro de dos personajes indefensos, comunes y sencillos que no tienen nada, pero que enfrentan la adversidad.  Luego una amiga me envió las bases del concurso organizado por Elevé (Editorial) y la cantidad de hojas permitidas para concursar era mucho menor que mi novela.  Por eso decidí separar los capítulos en que narraba la vida de Juan (que estaban mejor logrados) y dejar los de Margarita, que es el otro personaje, para otro momento. Siempre mandaba mis obras a concursos porque era la única forma en que podía editarlas. Así fue que mandé a Juan… al concurso para ver si tenía suerte. Creo que es un libro menos frecuente entre los editados para niños, debo agradecerle a la editorial que se arriesgara con una desconocida como yo. Este es mi sexto libro escrito y el segundo editado.

 

¿Qué tipo de personajes preferís como protagonistas de tus relatos?

Prefiero los personajes inocentes, en proceso de conocimiento y de progreso. Un poco grandes y un tanto niños. Creativos, misteriosos y que me miran a los ojos en un momento decisivo de su existencia: en el momento en que vale la pena escribir su historia. Una historia literal y otra simbólica que tiene algunas palabras propias.

¿Qué te llevó a escribir Literatura Infantil?

Preparaba una antología de textos para  una materia que dictaba e n el Terciario y comencé a participar en un programa de alfabetización: “Todos pueden aprender” simultáneamente. Allí aprendí muchísimo acerca de la didáctica de la lengua, de la literatura infantil. Así fue que otra vez mezclé lo que aprendía en el programa con la necesidad de escribir. Para mí escribir es algo necesario, me ayuda a mantener el buen humor y me divierte. Pensé en escribir el libro que me gustaría leerles a esos alumnos que veía en las escuelas que visitaba. Y además creo que los adultos tenemos la obligación de enseñarles a los niños que la vida es un lugar bello, con esperanza y que la magia reside en cada uno de nosotros. Escribir es un granito de arena a favor de la esperanza.

¿Quiénes han sido tus referentes literarios?

Por ser profesora de Literatura, me sentí influida por la exuberante y dulce historia  de Don Quijote y su amigo Panza. Leo con veneración a Borges y a Kawabata.  Aunque mi gran maestra al momento de escribir fue Carmen Martín Gaite. Por supuesto que reconozco la influencia de la exquisita Liliana Bodoc, las ocurrentes Ema Wolf,  Úrsula K. Le Guin, Lilia Lardone, Elsa Borneman y María Teresa Andruetto… Y seguramente se me olvida alguna o alguno.

¿Qué libros leías de niña?

¡Todo lo que caía en mis manos! Mi tía Maruja tenía una hermosa biblioteca con obras de toda clase y para todas las edades en un hermoso mueble. Yo le pedía presta dos los libros siguiendo el orden que tenían en el estante porque creía que si me perdía de leer alguno, estaba perdiendo la oportunidad de leer una historia hermosa. Leí libros a destiempo, libros que no entendí y otros que me hubiera querido aprender de memoria.  Recuerdo especialmente “Chico Carlo” de Juana de Ibarbourou; “Colmillo blanco” de Jack London y “Corazón” de Amicis. Especialmente recuerdo cuánto lloré con ellos.

¿Qué otras obras has publicado?

Una antología de 7 cuentos fantásticos para jóvenes, “De la luna y otros monstruos”,  en 2001. Y nada más. 

¿En qué momento escribís? ¿Cómo se gesta un libro, aparece primero el personaje o la historia?

Escribo todo el tiempo. Tengo una libretita conmigo siempre y voy escribiendo lo que se me ocurre. Como leo mucha poesía, a veces la idea aparece como una metáfora y luego la desarrollo. Pienso en el tipo de libro que le gustaría leer a tal o cual persona. Siento que van unidas la historia con los personajes, pero lo más importante para mí es la forma de contarlo, el cómo. Creo fervientemente que un buen libro para niños también debe serlo para grandes. Es como un juego: producir un libro que parece una cosa y que también puede ser otra.

¿Qué les decís a tus alumnos en la primera clase de literatura?

Que nos tenemos que divertir con lo que hacemos y no me gustan las cosas hechas sin pasión ni dedicación. Que yo sé muy poco (la verdad) y quiero aprender con ellos (me encanta aprender y sorprenderme). Que la música calma a las fieras y como no sé cantar, acudo a leerles. Que la literatura es placer y debemos compartirlo. Tal vez también diga algunas barbaridades que son mejor no recordar, (Ja,ja,ja) .

¿Sobre qué estás escribiendo actualmente?

He dejado a la mitad un libro de ciencia ficción porque me lleva mucha concentración y estoy con mucho trabajo. Y estoy escribiendo una novela juvenil de género fantástico relacionada con la re-elaboración de cuentos tradicionales como Caperucit a y Alicia.

Fragmento del primer capítulo de Juan de este Mundo

Juan el corto

Del puerto de Finisterre llegó un barco enorme. Desde el edificio de la Aduana, que era el más alto del caserío, se veían tres pisos de gente asomando los brazos para saludar.  Parecía un gran pastel relleno de personas o un hormiguero. 

Entre la multitud viajaba un hombre delgado y pequeño, que si no fuera porque tenía una barba de meses que le rozaba el pecho, se hubiera dicho que era un niño. 

El peregrino no tenía más equipaje que una valija marrón, del mismo marrón que fueron sus pantalones antes de desteñirse con el tiempo; y del mismo marrón que su saco prendido con dos botones minúsculos. Y también sus zapatos, c

uando no estaban cubiertos de polvo, eran marrones. Su sombrero,

su barba y su pelo, del mismo tono terroso.

El viajero era muy callado. Todos en el barco lo conocieron como Juan; aunque su apellido era Alonso, nadie le decía “señor Alonso”, ni siquiera “señor”. 

También le decían “el corto”,  porque era tímido y cuando todos

se callaban para escucharlo y quedaba hablando solo, se le ponía la cara muy, muy roja. 

Al hombre le gustaba que lo llamaran Juan el corto, como si fuera el personaje de una historia de piratas, igual a aquellas que le contaba su padre ante s de que comenzara la guerra y lo borrara de su vida.

El edificio de la Aduana tenía mostradores donde los recién llegados se f

ormaban en filas sinuosas como gusanos. Juan se colocó en la primera fila de tierra firme. 

—¿Profesión? —le preguntó a Juan un hombre tan delgado que parecía que la nariz y los ojos saltones se le caerían de la cara de un momento a otro. Era el encargado del escritorio de Inmigración.

—Agricultor, artesano y músico —respondió el hombre breve después de reflexionar unos segundos, aunque le hubiera gustado decir pirata, trovador y lanzador de cuchillos. Su voz gruesa se escuchaba extraña en esa carita infantil—. ¿Dónde puedo comprar tierras? —agregó Juan recién llegado.

—Una sola profesión —sentenció el empleado con los ojos entorn

ados como quien sospecha que lo van a engañar—. Solamente hay espacio en el formulario para una sola profesión. Decídase.

Juan el corto pensó unos segundos.

—Carpintero —respondió con seguridad.

—Pero eso no me lo dijo antes —se quejó el empleado—. No puede estar cambiando de profesión así como así. ¿Me escuchó? ¡Cuántas veces, cuántas veces es necesario decir esto! —y fue levantando la voz cada vez más, llevado por un enojo incomprensible—. ¡Uno no puede estar explicando lo mismo todas las veces! Se me termina la paciencia y se me gastan las palabras. Y para colmo, en los formularios no hay espacio para una letra fuerte, robusta, varonil, como la mía… solamente hay espacio para letritas de chiquillo enclenque y miedoso que hace las aes redonditas y chatas.

Tomó el manojo de formularios y lo puso frente a los ojos de Juan confundido.

—¿Ve mi letra? Necesita espacio para poder decir algo.

“Igual que yo”, pensó Juan reflexivo y, como no sabía leer, pero sí sabía sentir rabia por los formularios, asintió con la cabeza.

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