El anillo de cristal
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Chap…chac…chap…chac…chac…Lisandro maneja las tijeras de podar con soltura. Busca los espalderos y se adentra en la hilera. Mira y elige. La viña baja le resulta más cómodo porque no tiene que trabajar con los brazos levantados como en el parral.
Toma el racimo hinchado, maduro, con su mano izquierda y con la tijera busca el tallito y chap, corta y echa el racimo al canasto. A veces tiene que tironear un poco porque los zarcillos están enredados en el alambre, pero debe cuidar que no se desgrane el racimo. Todo eso sabe Lisandro.
Esta mañana el calor es intenso. Se coloca la gorra y prende bien los puños de la camisa para evitar que el pegajoso jugo que se va acumulando en las manos pase al brazo. Luego atrae moscas y muchos mosquitos. También paquitas y esas picaduras son muy molestas.
Llenan el canasto entre todos y su papá Pascual lo levanta sobre el hombro y lo lleva al camión. Lisandro sabe que dentro de unos años más, será él quien haga ese trabajo, cuando sea más fuerte para poderse los veinte kilos que pesa el canasto.
Esta mañana no está del todo contento, está fastidiado y se siente cansado, cosa rara en él. Mira hacia el fondo de la hilera y le parece enorme el tramo que falta cosechar.
-Vamos Lisandro, está flojo sta mañana –le dice su madre quien también cosecha a ratos, porque tiene que atender al bebé-.
-Estoy cansado –contesta el niño-
-Termine la hilera pues.
Lisandro se esfuerza y llega al final. Allí hay buena sombra que dan los olivos. Se sienta y no sabe por qué siente adentro una tristeza suave. Piensa que extraña la escuela y que le gustaría ir ahora, aunque también se dice que es aburrida.
El niño escucha voces y mira, sabe quiénes son: algunos chicos del pueblo que andan en bicicleta. Los amigos de las fincas están todos cosechando. Antes de que caiga piedra o hiele o llueva mucho hay que levantar la uva. Eso lo sabe cualquiera.
Sigue sentado. Debe ir por las hileras pero se queda sentado porque la sombra está fresca. El ruido llega tenue brrbrrbr…y Lisandro levanta la mirada. El avión plateado, chiquito allá arriba, surca el cielo y deja una cola blanca. Lisandro piensa en voz alta:
-¿Cómo será ir adentro de una avión? -y se dispuso a volver al trabajo, escucha:
-¡Lisandrooo! ¿qué stahaciendo ahí echado? Vamos pues –la voz de su papá.
Lentamente se levanta desperezándose. Corta un grano de uva grande, más grande que los demás, llamativo, lustrosamente negro y comienza a morderlo despacio, saboreando el dulce juguito, dulce y sabroso y crish, casi se rompe un diente. Algo mordió Lisandro y escupe y mira: es…¡un anillo! ¡un hermoso anillo todo transparente con una perlita chiquita como una gota de agua! ¡un anillo como si fuera de agua!
Lisandro lo toma, lo mira, lo da vueltas entre sus dedos, asombrado, lo mueve sin dejar de contemplarlo. El sol se refleja en su transparencia, tornasolando las facetas y lo ilumina, lo enciende. Lisandro, hechizado, no puede sacar la vista del anillo. Entonces se lo coloca en el dedo medio de la mano derecha. El anillo brilla con el sol y él comienza a sentir un estremecimiento interior que lo vigoriza. “…ahora…cómo puede haber un anillo adentro de un grano de uva?…-se encoge de hombros como diciendo no sé- voy a terminar la otra hilera porque no me siento cansado ahora…será que ya descansé…pero…cosecho ligerito…a que le gano al Genaro que siempre me molesta jugándome carrera…”
-Eh, Genaro, te alcancé y te llevo media hilera de ventaja –grita Lisandro- ja…él que se cree muy fuerte…ahora yo tengo fuerza y…uy, casi arranco el alambre…-y acomoda las ramas para que no se note- tengo sed…y mucho calor…tengo sudado el cuerpo…no sé qué me pasa… ¡Ya voy papá! –grita y luego en voz baja –termino esta hilera y voy…
Corta racimos y llena canastos y no deja de observar el anillo en el dedo. Espera que los demás le pregunten pero nadie lo hace. Ninguno parece darse cuenta del anillo.
Termina la jornada. Lisandro lava el canasto en las piletas y sigue mirando el anillo. A su lado, todos conversan, se preguntan, se responden, y el parloteo entre chistes y comentarios pero nadie comenta nada del anillo. Lisandro sospecha que los demás no lo ven.
-¿Qué te ha pasado hoy, tarzán? Parece que tuvieras electricidad en el cuerpo –comenta Ernestina con risas en los ojos. “No me gusta la Ernestina, siempre se está burlando de todos…qué se cree…”
-Y a vos qué te importa…
Y se fue.
Las milanesas con papas fritas le gustan mucho a Lisandro, así que come con hambre. De postre duraznos y , claro, uva. Lisandro come con hambre pero callado, reconcentrado. Mira el anillo y comprueba que los demás no lo ven, porque a nadie podía escaparle cuando él toma los cubiertos y el anillo se destaca en el dedo. Esperaba preguntas que nadie hizo.
Termina de cenar y sale a caminar por el callejón de los membrillos, que ya se ven como pelotitas verdes, chiquitas. La noche esta calurosa , agradable y clara, porque hay luna llena. La luz de la luna cae plateada y transparente. Lo intriga el anillo que le brilla en el dedo medio como si tuviera luz adentro y que los demás no ven.
Alejados un poco de la casa, se sienta en un tronco y contempla el anillo. Remolón, el perrito, le pisa los talones siguiendo sus pasos. Lisandro pone la mano delante de los ojos del perro y éste ladra asustado.
-Remolón sí lo ve –comenta Lisandro en voz baja-.
Lo toma, lo hace girar entre sus dedos y se detiene en cada una de las facetas. Piensa y vuelve a pensar.
-¿Cómo es posible que un anillo pueda estar dentro de un grano de uva? ¿Cómo pudo entrar? –Remolón lo mira y aúlla bajito.
El anillo destella en azules y violetas tenues, luego tornasolados de anaranjados y verdes que le recordó a Lisandro el arco iris. Luego predominan rayos dorados según la inclinación que le diera Lisandro.
-No puede entrar al grano de uva sin romperlo…¿y por qué los otros no lo ven?…pero no tengo miedo…ha de ser algo…como las hadas, así. Es muy lindo…-el muchacho comienza a entender el anillo como sumamente valioso- ¡yo lo encontré!…¿cuánto costará? …no, no se vende ni se compra porque los otros no lo ven… yo solito nomás…pero no tengo miedo…
Y se queda sentado al borde de la hijuela escuchando el agua y mirando, mirando el anillo que se enciende como una luciérnaga en el dedo, con una cosquilla en el estómago…
Los rayos de luna caen suaves y el niño no puede quitar la mirada del cristal que titila con colores suaves e intensos envolviéndolo en una ensoñación extraña, hasta que entre los rayos se dibujó el rostro perfecto de una joven que apenas se mostró unos segundos y se desdibuja y aparece otra vez y se borra y se superpone y en instantes se muestra en imágenes claras y por instantes se vuelve confusa y luego aparece otra vez el rostro y el anillo se enciende y se tiñe de colores violetas …Lisandro extasiado lo mira y hace girar esa alhajita entre sus dedos y estaba por hablar cuando:
-¡Lisandro… Lisandro! –el anillo se apagó- acá estás. ¡me asusté cuando no te encontraba!
Decía su mamá entre los ladridos del perrito que parecía asustado.
-Estaba descansando.
-No se aleje sin decir, pues! Bastante trabajo todo el día para tener disgustos a la noche. Venga a la casa…que su padre ya se fue al boliche ése…
El niño camina silencioso junto a Remolón que va y viene inquieto ladrando a todo lo que ve.
-¿Qué le pasa a Remolón? Ya…quedate quieto…¿estás asustado…? ¿de qué…? –y dirigiéndose a Lisandro- calmalo…
Lisandro le hace morisquetas al perrito mientras caminan hacia la casa. De repente se detiene y como turbado, dice:
-Viene temblor pa mañana.
La madre lo mira asombrada y no sabe cómo entender las palabras del muchacho.
-Ya estás leyendo sonceras.
Lisandro se da cuenta de que no debe de hablar. De que por alguna razón, algo o alguien lo ha elegido a él y los demás no lo saben. De manera que el muchacho decide callar y tratar de desentrañar el misterio de ese anillo que ha llegado a sus manos de ¿casualidad? Vaya a saber…
-Era un chiste, para asustarla…
-Ah sí, encima susto…lo que me faltaba…ayudame con el dulce.
Mamá estaba preparando mermelada de ciruelas y damascos. Tiene algunos clientes en la ciudad, y tendrán ellos para todo el invierno.
El caso es que sí tembló.
Había cosechado todo el día, desde las siete y media de la mañana y solo descansó para comer un sándwich con un poco de gaseosa a medio día. El capataz señalaba los espalderos con un banderín y se avanza rápido porque el día estaba soleado y el surco seco. El patrón estuvo todo el día en la finca y daba las fichas…estaba contento porque ese día hubo buen rinde. Todo el cuadro de las sultaninas ya estaba levantado y se llenaron los tres camiones que acarreaban. Pero ahora hay que parar porque la bodega no puede descargar tan rápido y los camiones van a esperar todo el día de mañana hasta que les toque descargar. Eso pone nervioso al patrón, pero ya no hay camiones para alquilar en toda la zona.
Eso lo sabe Lisandro.
-Cuando sea grande voy a tener camiones y manejar –se decía- es mejor que cosechar…el chofer está ahí sentado esperando que llenemos la caja.
Así estaban cuando de repente un fuerte remezón de la tierra los asustó a todos. Los callejones sacudiéndose como si fueran alfombras y las viñas se mueven como si bailaran, los alambres se estiran y se aflojan y se levanta mucho polvo. Un ruido ronco como si se encendiera el motor del universo…¡y todos asustados! Cuando fueron a reaccionar ya había pasado…unos segundos duró, nada más…pero ¡uy, qué angustia! La mamá se marea en los temblores, yo no, justo estaba caminando hacia la casa y escuché como un ruido de muchas piedras así…pero yo sabía, yo sabía que iba a temblar…uf, ya pasó…ante la mirada significativa de su madre, dijo:
-Lo dije por decir y resultó cierto…
Y ahí quedó.
—-
Lisandro está escuchando los grillos en la noche. Allí sentado contra el espaldero del parral, escucha los grillos y los zumbidos de mosquitos. Se queda mirando con atención los bichitos de luz que prenden y apagan su farolito. Unos pocos, pero ¡tan bonitos!
Su mamá le cuenta:
-Antes, cuando yo era chica, habían tantos bichitos de luz que la finca se llenaba de lucecitas por las noches de verano…era muy bonito mirar hacia allá –y señala hacia los parrales-.
-¿Y qué pasó que ahora no hay?
-Y…vaya a saber…
-Los insecticidas –dice su papá- por curar las frutas matan los insectos.
-El perro del Damián se envenenó por eso –comenta él-
Y luego silencio. Todos miran televisión y entonces Lisandro sale a la oscuridad para ver su anillo de cristal que brilla como nunca. Lo quita del dedo y lo observa girándolo. Los destellos violáceos y azules, dorados y transparentes parecen querer mostrarle alguna figura, alguna imagen apenas insinuada.
-¿Quién eres? –pregunta Lisandro como si se tratara de alguna persona- ¿qué me quieres decir? ¿Por qué los demás no pueden verlo y yo sí?
El anillo se encendió más aún, como si expulsara llamitas multicolores, como si fueran pequeñísimos fuegos artificiales…
-Parece que quisieras mostrarme algo…
Y el anillo le mostró el rostro de una muchacha que Lisandro reconoce, esos ojos negros y el moreno de su cabello, una bincha sobre la frente. Un instante y se disipa. Y el muchacho ve un racimo de uva grande, tupido, con granos dorados. El racimo gira y brilla. Lisandro entiende algo, entiende un mensaje sin palabras, entiende como si siempre hubiera sabido:
-Bueno sí…pero yo quisiera ir a la escuela…bueno no, me gusta también la viña y mi papá me va a dar el dinero que me gane…bueno, si queda algo porque quiere comprarse una moto y un DVD… y todo lo demás que hay que gastar…
El anillo mostró un arco iris que recorría su redondel en el cielo y caía el extremo en una cepa. A Lisandro le pareció que era la cepa de donde cortó el grano que contenía el anillo, pero no estuvo seguro.
-No entiendo cómo pudiste entrar en el grano sin romperlo.
Un gran trueno anunció la tormenta de verano. Remolón se acoquinó junto a su amo.
El anillo se apagó.
—-
Como había caído macanudo chaparrón, no fue posible cosechar al otro día; los surcos estaban muy embarrados y en partes todo lleno de agua, imposible entrar.
-Hay que esperar que el agua se seque –dijo el patrón-.
De todas formas, dos de los camiones todavía estaban esperando turno en la bodega, así que todos descansaron ese día.
Lisandro fue a la escuela.
Fue en bicicleta, la dejó con cadena y candado en el patio y entró…cuarto grado.
-Cómo se nota que hoy no se puede cosechar –dijo la señorita Agustina, que así se llama su maestra- porque han venido todos…bueh….vamos a aprovechar el día.
Y se largó con cuentas y cuentas y problemas y ejercicios y…no, si es jodida la escuela…no sé qué es mejor…y Lisandro de tanto en tanto mira su anillo que brilla. En medio de todos los chicos en el aula, se apaga, y luego, nadie lo ve sino él. Durante el recreo jugaron a la pelota, eso le gusta a Lisandro, correr y correr con la pelota en los pies. Con el negro Rodríguez se entienden bien en los pases, se ubican para recibir y rematar…y en lo mejor toca el timbre y luego…¡Oh maravilla! Fueron a la sala de informática donde un maestro joven les enseña a usar las computadoras nuevas que la directora les había anunciado al finalizar el año anterior.
Lisandro atiende las indicaciones con los ojos bien abiertos y toca el teclado y el mouse con un poco de timidez y mucho cuidado…a ver si hago lío…se decía…Se encendió la pantalla…él hace clic con el mouse y aprieta las teclas que el profesor le indica.
-En esta primera clase –dijo el profesor- les voy a dejar que busquen lo que quieran ver. Adentro de esta cajita hay muchísimos libros con dibujos y con movimiento…a ver…
Cuando le llegó el turno, Lisandro dijo:
-Quiero ver el mar.
El profesor se asombró un poco, después tocó esta tecla y la otra, una flechita apuntaba cuadritos en la pantalla y apareció…primero un mapa que tenía marcados en azul y decía océano…y luego…Lisandro hacía clic en un cuadrito y el mar empezó a acercarse y vio las olas…altas…y los barcos …y la espuma en las playas y los delfines y las ballenas y los nombres de los mares del mundo y cuando el encantamiento lo iba sumergiendo en el inmenso azul, tocó el timbre…
No pudo concentrarse en las clases que siguieron y hasta el anillo estaba apagado. Cierra los ojos y ve las olas altas que caen y se deshacen con mucho ruido…y mira hacia el horizonte y ¡es tan inmenso! Cierra los ojos pero no duerme, lo atrapa la espuma de la escollera donde el agua golpea y salta hasta sobrepasar las piedras…y los delfines y las ballenas y los infinitos peces de colores y….
-Pero yo no tengo miedo –se decía despacito en su cama.
Clap, clan, clan, chask
Al otro día sí se pudo cosechar…
Lisandro trabaja en silencio porque su pensamiento está en otra parte…en la pantalla de la computadora, en las olas del mar y…esa muchacha que apenas aparece cuando el anillo comienza a brillar…a Lisandro le recuerda alguna imagen, pero como solo dura un instante no puede verla bien.
Así, el otoño se instala bien cómodo en el almanaque y el frío se adueña de las mañanas tempranito y de las tardecitas. Ya termina la cosecha, se ha levantado la uva y todos participaron de un asado que el patrón regala para festejar. Y ahora sí, Lisandro va todos los días a la escuela. Ahora maneja la computadora con soltura y busca las imágenes del mar…
-En el mar tanta agua…pero aquí…-piensa Lisandro-.
—-
Don Pascual camina los surcos observando los alambres casi desnudos. Las hojas, como cáscaras amarillas van resquebrajándose con el frío, y van cayendo una a una, aunque con la brisa caen todas juntas.
Hace frío.
El invierno aparece con sus rondas de heladas y el aire seco penetra los sarmientos y las manos sarmentosas de don Pascual. En sus manos las tijeras…clap…clip…clap..cloc…
Es la poda.
Esta rama sí, esta yema no, este mugroncito a cuidarlo, cortamos acá, dejamos allá.
Lisandro está en la escuela.
Desde el fin de la cosecha todos los chicos están en la escuela por la mañana.
Siempre va en bicicleta, a pesar de la helada de madrugada, pero él sabe que estará calentito en la escuela. Recuerda don Pascual cuando él iba, porque don Pascual fue hasta tercer grado a la misma escuela a la que va su hijo. Recuerda. Mientras camina, solo recuerda. Cada uno llevaba un tronquito cada día y entre todos prendían la salamandra. El aula se calentaba lindo…mejor que su casa que siempre estaba fría.
Lisandro camina con Remolón pegado a sus pies, por los surcos en la tibia siesta. El sol cae a pleno y hasta se quitó el pulóver de lana porque al sol y trabajando siente calor. Es lindo trabajar a la siesta…a Lisandro le gusta el silencio.
Con el hilo plástico está atando los sarmientos que su padre dejara por la mañana. Los ata contra el alambre para que crezcan y se estiren enredándose y ordenadas, así, cuando lleguen los racimos, el peso no inclinará la planta: éste acá, aquél así y la hilera se va adornando con moños blancos como una niña en la comunión.
El anillo de cristal.
Lo lleva en su dedo siempre, pero de un tiempo a esta parte está opaco, apagado, silencioso.
Nada le dice.
Lisandro lo observa más ahora que llega a la parra bajo el olivo donde lo encontró, de donde arrancó el grano tan grande. Lisandro está esperando algo, pero no sabe qué.
Los primeros comentarios no llamaron la atención del muchacho. Los escuchó un par de años atrás y lo comentó su padre. Sin embargo tiene la sensación de que en la finca las cosas siempre han sido de la misma manera. Pero ahora la falta de agua se hace sentir en los turnos de riego.
-Le mandé un poco de agua a los durazneros, don Carlos, pero hace falta más. Poca agua en el canal venía, don… –le oyó decir a su papá-.
-Y la pagamos bien pagada –comentó don Carlos-.
Y para colmo la maestra les hizo leer un recorte de diario sobre el agua y cómo cada vez había menos hielo en la cordillera y entonces los ríos…
-En todo el mundo falta –dijo la maestra- y Lisandro veía el mar con sus enormes olas estrellándose en las escolleras.
La señorita Agustina habló de agua salada y agua dulce y les enseñó la diferencia y todos supieron que el agua del mar no se puede beber ni usar para cultivos ni para nada…el agua del mar no se puede usar para nada…bah! Lisandro sintió como un cosquilleo que subía desde el estómago…luego empezó a explicar de ríos y lagunas, evaporación y después la lluvia, como un círculo de agua que sube en vapor y baja lluvia y luego explicó algo de recalentamiento que nadie entendió bien y todos al recreo…
Pero Lisandro, como todo el mundo en las fincas, sabe que el turno de agua viene más distanciado y con menos caudal. Y que el patrón se rasca la cabeza y está preocupado…
-Poca nieve este año –comentó- y al muchacho le pareció que don Carlos tampoco entendía mucho…
-Bueh- dijo- ya se arreglará….
Cuando cae el sol y la temperatura baja, Lisandro deja el trabajo, ordena las herramientas y camina hacia su casa. Tiene que hacer deberes de la escuela. Se abriga, busca su bicicleta y hace el mandado hasta el almacén.
-Azúcar, una masa para tarta, pan y medio kilo de queso…pa más no alcanza –le dijo su madre. El dinero de la cosecha se ha esfumado y Lisandro piensa que algún día se va a comprar una computadora para él.
Caminan por los surcos juntos, don Pascual y Lisandro. No hablan porque ya saben lo que uno puede decir y el otro contestar. Todo está en un estado de tal quietud que solo cabe el silencio, como el idioma de la tierra.
Caminan lento, de vez en cuando don Pascual levanta una rama que cruje y se cae.
Seco.
Todo seco.
La tierra se resquebraja a sus pies.
Los sarmientos se quiebran al tocarlos.
Pocas hojas amarillas.
Los racimos abortan al nacer pequeños granos verdes amarronados.
Seco.
Todo seco.
Los turnos se han suspendido porque no hay qué repartir…poco agua y es para beber…¿y qué vamos a comer?
Lisandro recuerda el mar. Tanta, tanta agua y no se puede usar…
Seco.
Todo seco como las caras de todos que se ajaron igual que las hojas del parral. Les ha salido nervaduras a los brazos de tan seca que está la piel. La vida parece desprenderse de los cuerpos como se desprenden las hojas de los árboles.
Lo único abundante es la tristeza.
Hasta el gesto del perrito es triste, con las orejitas caídas y los ojitos opacos. No corre por los patios ni ladra con alegría cuando llega alguien de la familia.
Sobra tristeza y ni una gota de agua. Ni una nube siquiera.
El sol es tan candente y quema de tal forma que todo parece asfixiarse bajo los rayos implacables.
Y mueren.
Muchos mueren como mueren los damascos y los ciruelos.
También mueren las gallinas y los cerdos. Caen muertas las torcazas como frutos marchitos desde los árboles.
Todo así, de golpe.
Lisandro está sentado bajo el alero de su casa mirando el triste cuadro de viña seca y la nada abundante.
Ya no desea la computadora. Tampoco va a la escuela, casi nadie va. ¿para qué?
Ya no camina por los surcos, imposible bajo el sol quemante. ¿para qué?
Solo, sentado bajo la escasa sombra del alero…el olivo al final de la viña, doblado y mustio parece llamarlo. Camina hasta él y se sienta recostándose contra el tronco que lo recibe acunándolo, como un abuelo que está por morir…Lisandro siente angustia en la garganta y deja salir lágrimas porque total allí nadie lo ve. Llora. Su papá ha hablado de mudarse a otra provincia. Llora porque siente que ama la finca y quiere estar entre las viñas…total, nadie lo ve…
Toca con sus dedos el anillo de cristal y observa cómo se enciende, se llena de luz, destella rayos violetas y rosados…luego un rostro sombrío, de piel rojiza y ojos chiquitos y la mirada fea, muy fea, un instante y desaparece, queda el destello del anillo y la angustia en el corazón del niño.
Levanta la vista hacia el final de la hilera, hacia el olivo grande a cuyo lado la viña había dado ese racimo mágico y ve, con asombro, un arco iris que partiendo de la planta se eleva en una comba multicolor cuyo extremo llega muy lejos, detrás de los picos altos que apenas se dibujan como silueta violácea contra el horizonte…
Ahora sabe que es imposible que con tanto sol aparezca un arco iris, porque sabe que los colores se forman por descomposición de la luz con las gotas de agua, de manera que sin nubes y sin gotas de lluvia no puede formarse, la maestra dio una clase con láminas y les explicó…
Sin embargo, ahí está.
El arco iris en todo su esplendor señalando la viña baja al final de la hilera, junto al olivo grande.
Y el anillo en su dedo medio encendido como una brasa.
Se incorpora y camina hacia la cepa baja que señala el extremo luminoso del arco iris. Se dirige seguro, sabedor del llamado extraño, pero real, muy real, y por eso allá va…el anillo destella colores tornasolados, brillosos, plateados, azules, violetas, rojizos verdes, esmeraldas en haces de luz que cambian a cada paso.
Lisandro llega a la viña y allí no está el extremo del arco iris, éste se desplaza y el muchacho lo sigue…y camina hasta el extremo de la finca, pasa el alambrado y camina a través del ripial del terreno…el anillo está encendido vivamente y Lisandro siente en sus piernas mucha fuerza. Esa fuerza lo empuja, el corazón late rítmico y su mirada se extiende lejana, hacia las cumbres violeta.
Es largo ese andar, es interminable.
Lisandro no sabe hacia adónde va, sabe que tiene que seguir. Se aleja escuchando los ladridos del perrito que lo llama, el único que lo ve partir, pero no lo sigue. Sabe, porque los animales a veces se dan cuenta, que no debe seguirlo. Lisandro camina bajo el sol, solo. Un solitario andar hacia confines y presiente que le aguarda algo especial, algo desconocido, como un tesoro, como dicen que tiene el arco iris en el extremo. Pero no piensa que sea un cofre con oro y piedras preciosas, piensa que es algo que no sabe qué es…ahora debe seguir caminando porque en el límpido cielo casi blanquecino y con el sol incandescente sobre su cabeza, él ve el arco iris que se corre cada vez y le señala un lugar detrás de aquel picacho…
Lisandro camina por el cauce seco del río y sus pisadas tienen un sonido igual y parejo de crash….crash….crash siguiendo el ritmo de su marcha.
Habían pasado muchas horas pero él no lo sabía porque su fuerza interior lo empuja…lo empuja…hasta que en un momento se sienta sobre una piedra de las tantas que rellenan el cauce del río y dice:
-Tengo sed –y sin darse cuenta apoya el anillo en sus labios agrietados.
A sus pies, el arroyo comienza como un hilito de agua apenas visible, y poco a poco crece y ya canta entre las piedras…es apenas un sonido leve, un rumorcito de agua fresca y Lisandro se lava la cara, las manos se moja la cabeza y bebe. Bebe gasta saciarse.
Ahora se siente mejor.
Vuelve a sentirse fuerte y dispuesto.
-Debo continuar –dijo en voz alta.
Y el pequeño arroyito desaparece dejando las piedras mojadas que en poco tiempo se secan.
La marcha sostenida y pareja lo hace avanzar a través de distancias largas por arenales y barrancones. Camina siguiendo el lecho seco del río y de vez en cuando, al levantar la mirada, el arco iris le señala un punto en el horizonte. Atraviesa alguna hondonada y reaparece por encima del barranco…camina siguiendo una invisible senda siguiendo un punto elevado en el horizonte así como los navegantes de antaño seguían alguna estrella. Camina por tierras yermas con yuyales bajos llenos de espinas. Camina sobre piedras calcinadas que rellenan el lecho del río. Camina horas y horas sin llevar la cuenta y sin que el cansancio lo detenga. Se sobrepone y las fuerzas reaparecen. Las piernas se mueven solas en ese eterno caminar y caminar al compás de sus propios pasos sobre la granza del lecho del río…crash…crash….crash…en un ritmo parejo…
Ya cae la noche y el aire un poco más fresco lo alivió. Lisandro se sienta sobre una piedra y dice mirando el anillo encendido:
-Tengo hambre.
A sus pies apreció, sobre una piedra bien plana como si fuera una bandeja, un pan redondo y crocante y un trozo de queso. También un racimo de uvas y un par de duraznos dulces y perfumados. Cuando se inclina para tomarlos, la ve. Ve el rostro que había aparecido antes: una niña muy linda, de cabellos negros como sus ojos y…no sabe qué más porque fue un instante, siempre es así, un instante y él se queda esperando con el deseo de saber. Pero tiene la imagen clarísima…ella esta allí, con las leves ondas entre las piedras.
Ya no está.
Lisandro comió, repuso sus fuerzas, se apoyó contra la barranca y se quedó dormido. No supo cuánto tiempo durmió, hasta que escucha el chistido insistente de una lechuza que se posa próximo a él. La lechuza lo mira con sus enormes ojos, aletea y chista de nuevo.
La luna los ilumina con luz plateada de luna llena.
-¿Quién eres? -pregunta Lisandro.
-Soy quien te cuida mientras caminas por mis dominios.
-Aah…¿y cómo te llamas?
-Pues…lechuza. Me llamo lechuza. Ahora escucha –dice la lechuza entre sus chis…chis…vas a caminar mucha distancia hasta que llegues a la fuente primera del agua. Es un viaje muy difícil, pero siempre vas a encontrar quien te ayude. Tienes el anillo de cristal. Todos sabemos qué debe hacerse con el humano que tenga el anillo de cristal.
A Lisandro le pareció que conocía los ojos, el rostro, algo en la lechuza le sonaba a conocido, a facciones que alguna vez hubiera visto, pero no terminaba de ubicar dónde y cómo. Cuando volvió a hablarle, la miró fijamente y entonces percibió esa aparición un instante, fugaz, lo había visto en el anillo de cristal.
-La fuente primera del agua…sí, entiendo –dijo Lisandro. Conocía la misión que lo eligió a él, y con toda calma la aceptaba, pues, se dijo, haber encontrado el anillo de cristal debía traer algo especial para él. Una misión ligada a las viñas, a los duraznos, a los surcos…
-Como nadie lo ve sino yo…es algo que yo debo hacer. –dijo en voz alta. La voz le tembló un poco.
-¿Tienes frío? -preguntó la lechuza.
Lisandro pensó un momento si tenía frío y no, no tenía frío, pero tenía un temblor por dentro que…
-Ah…no tengas miedo. No vas a estar solo. Todo lo que vive te va a ayudar…chis -dijo la lechuza.
-¿Todo lo que vive? Eso no entiendo.
-Pues…chis…bueno, todo depende del agua y todos necesitamos agua…a todos nos interesa que se libere la fuente primera de agua…
-Mmm….sí…claro…todo….todo es todo…
Lisandro palpó su anillo y éste confunde su luz plateada con la del amanecer, blanquecina y creciente. Mira el lecho del río, sin agua, alfombrado de guijarros de muchas formas y colores. El esqueleto de un sauce sediento y en la extensión, todo es sequedad. El muchacho levanta la vista y la cordillera muestra lejana, muy lejana, su altura de tonos violetas y azules con manchones blancos.
Lisandro suspira hondo: la distancia es infinita:
-Allá, arriba, en sus adentros, debe estar esa fuente primera.
Se pone de pie, arregla sus cositas y comienza a caminar. La lechuza lo saluda con un chistido prolongado y eso le da confianza. Seguramente logrará llegar…pero ¿adónde? Otra vez el sonido igual, parejito de sus zapatillas sobre las piedras…chas, chas, chas, chas..solo escucha su propia marcha sobre el acarreo monótono del arenal.
Al atardecer se siente aliviado. La tardecita trae una brisa fresquita. Lisandro está cansado. Muy cansado. No puede dar un paso más. Las zapatillas se están rompiendo de tanta piedra que pisa. Tiene hambre y sed.
Se sienta en una piedra grande y la desesperación lo va ganando.
-¿Qué estoy haciendo aquí? -dijo casi llorando- quiero volver a mi casa.
Recostó la cabeza contra la piedra y se escaparon las lágrimas. Recordaba su cama, su bicicleta, las viñas, la escuela, la clase de informática…las lágrimas trazan unas huellitas en la carita llena de tierra, en las grietas de la piel seca. Puede llorar porque está solo. Nunca llora frente a otros, así le ha enseñado su padre. Así dice su abuelo. Así hacen los criollos que conoce, las mujeres lloran como en la novelas de la televisión, pero no los hombres como él, que no ven novelas en la televisión. En ese lugar tan solitario, ganado por el cansancio y la confusión, deja que las lágrimas caigan lentas, como las lloviznas del invierno…
Baja la vista: el anillo de cristal tiene luces rojizas, rosadas, anaranjadas. Juega con los rayos y hasta parece reírse.
Levanta la vista: el arco iris relumbra en el cielo sin nubes. Los colores bien nítidos como fluorescentes contra el celeste.
Recuerda la voz de la maestra mientras les hacía ver a través de un trozo de cristal: hasta le parece ver el cuaderno cuando anotó el título: la descomposición de la luz. Así anotó y lo subrayó, prolijo. También hizo un lindo dibujo que pintó con esmero. “Si no hay gotas de agua, no puede formarse el arco iris” y lo ve nuevamente y no se explica ¿cómo puede estar allí?
El anillo de cristal parece reírse desde sus tornasoles. Es el rostro ajado que se ríe. Lisandro se siente más animado. Se puso de pie, se colocó la gorra, y comenzó a caminar. Otra vez a caminar por el lecho del río y el río trazó una curva cerrada. Sobre la orilla se veían jarilla chilca y chañares. Y cuando Lisandro siguió la curva, allí estaba:
La mula.
Estaba quieta, quietísima, con las orejas paradas y los ojos apurados.
Pero lo más llamativo: estaba ensillada.
Lisandro se acerca despacio y despacio toma las riendas. La acaricia en el cuello y la cabeza para ganarse al animal. Miró alrededor esperando que apareciera el dueño que debe andar por ahí…nadie deja una mula ensillada…
-Quien sabe…-se dijo-.
Pasó un buen rato y nadie apareció.
La mula mueve la cabeza arriba y abajo como diciendo sí.
Lisandro mira el anillo y entonces monta. Ya no tendrá que caminar. Ahora va al tranco, pero seguro y descansado. No le duelen los pies de tanto pisar piedras.
Ya más contento, quiso conducirla con las riendas, pero la mula, de pura mula y porfiada, siguió el sendero que le dio la gana…bueno, tal vez el sendero que debía seguir…
Anduvo la mula un par de horas costeando un profundo cañadón, y luego abandona el lecho del río para tomar por la huella que trepa el cerro. La marcha se hizo cuesta arriba. El sol comienza a ponerse detrás de la montaña y Lisandro siente frío. La mula continúa el repecho un rato más y ya la noche se cierra. Un desparramo de estrellas en el cielo negro, como ramilletes luminosos hizo sonreír a Lisandro. Ese algo desde arriba que le hace guiños en la luz azulina de la montaña.
La mula se detuvo cuando la huella se hizo más ancha. Como no siguió caminado, Lisandro se apea. Se disponía a descansar recostado en una roca grande y allí estaba…un poncho azul con bonitas guardas de colores. Lo toma con desconfianza pero pensando que le venía muy bien porque tenía frío…
-Lo habrá olvidado algún arriero…-se dijo mientras se lo pone- es abrigadito.
-Es para vos…nuevito…
Poco le duró el asombro. Ya sabe que todo lo que vive lo protege porque lleva el anillo de cristal y transita por antiguos dominios. Prefiere no preguntar demasiado.
El anillo de cristal brilla como una lamparita en medio de la noche, marcando un lugarcito en el repecho del cerro. Por el rostro áspero del niño bajan las lágrimas despacio. El muchacho parece dormido. Lo observan los búhos de la noche, lo observan los cascarudos que pasean con sus antenitas en la oscuridad, lo observan algunas tardías luciérnagas y una que otra langosta rezagada…lo observa el lucero desde lo alto de un picacho y el viento se convierte en suave brisa cuando roza la carita de Lisandro para parecerse a una caricia …y hace silencio para escuchar el murmullo del sueño de Lisandro. Todos lo observan y todos creen que duerme profundo.
Pero Lisandro llora.
Despacito.
Con un dolor en la garganta por no querer llorar.
La belleza de la noche no alcanza para expulsar la tristeza suavecita que siente en el pecho, allí donde está el corazón.
Tal vez le duele la espalda afirmada en la roca dura.
Tal vez se le enfriaron los pies cubiertos con zapatillas de falso cuero.
Tal vez extraña su cama arropadita.
Tal vez quiere oír a su mamá diciéndole “Lisandro, apagá la luz que ya es tarde”.
Tal vez…tiene miedo.
Tal vez no sabe bien qué está haciendo en esa soledad tan sola.
Tal vez piensa en lo que sueña, y sueña que las viñas se están secando, no corre agua por la hijuela y los membrillos se dieron así de chiquitos este año…y él sabe…porque siempre estuvo en la finca y puede entenderse con las cepas y las ramas de los durazneros y los olivos.
-¿Por eso me habrá elegido el arco iris? Porque yo solito encontré el anillo de cristal y yo solito lo veo.
Bajo la bóveda inmensa donde las estrellas centellean y forman un arco luminoso. Lisandro mira tanta grandiosidad y las lágrimas tienen una emoción distinta, se juntan con una sonrisa suave contra el cielo oscuro.
Finalmente se duerme Lisandro. Cansado, muy cansado se duerme y sueña: ve el anillo y el extremo del arco iris con un tesoro, pero no alcanza a ver bien cómo es el tesoro, y ve también una alta cima, una cima triangular con su cúspide triangular apuntando al cielo, y ve la quebrada toda blanca…blanca de glaciar…tanto blanco que siente frío y se arrebuja en el poncho.
Y Lisandro tiene las mejillas surcadas por abundantes lágrimas y sonríe también.
La lechuza se mira con el aguilucho y fruncen el pico con caras de no entendemos y un cascarudo que lo ve sonreírse entre lágrimas le dice a una araña de esas que salen de noche ¿y a éste qué le pasa? Y la araña se encoge de hombros como diciendo “quién sabe” y siguió avanzando con sus ocho patas: una por acá…otra por atrás…la del costado…la del otro lado…y luego se vuelve y dice al cascarudo:
-Lo cuidan los padres…¡ojo con él!
El anillo de cristal brilla como una lamparita en medio de la noche, marcando un lugarcito en el repecho de la montaña.
——-
El amanecer pinta de tonos dorados las cumbres más altas. Una brisa casi fría mueve suavemente las ramas de jarillas y muy muy lejano se escucha el canto de un gallo.
Lisandro se estira. Tiene la espalda adormecida por dormir contra la roca.
Cuando se hubo despertado del todo, baja hasta el arroyo que lucía transparente y cantarín esa mañana…¡brrr, qué fría el agua!
Ya bien despierto, abre las alforjas para desayunar, pan y queso. ¡qué ganas de tomar leche! –dijo en voz alta. El anillo se encendió como si fuera una linterna y Lisandro escucha los pasos sobre las piedras: allí está la cabra. Con un balido lo llama. Lisandro comprende y la ordeña. Bebe su leche impecable.
Ahora se siente reconfortado. Repasa en su mente y susurrando todo lo que debe hacer. Mira el anillo de cristal. Luces tornasoladas de verdes y azules. Un rayo blanco señala una dirección. El muchacho comprende. Arregla todas las cosas y monta en la mula, que ya esta impaciente.
-Adiós –dice la cabra moviendo la cabeza arriba y abajo mientras destaca sus cuernos.
Mucho sendero camina la mula y Lisandro se hamaca sobre ella escuchando el clak…clak de las pezuñas sobre las piedras. Se cruzaron con un zorro que los saludó moviendo su elegantísima cola…¡qué olorcito…! luego encontraron una manada de guanacos que caminaban por la ladera del cerro. El relincho lo miró desconfiado, él tiene la responsabilidad de cuidar la manada y no puede exponerla a ningún peligro, y cuando aparecen los hombres…
-Yo soy Lisandro, y tengo el anillo de cristal –dijo el muchacho mostrando su dedo-.
-Lo cuidan los padres –agregó la mula-
El guanaco olió el aire y emitió un relincho aprobando. Todos los demás guanacos despejaron la huella, y el camélido saludó el paso del muchacho sobre la mula moviendo la cabeza. Lisandro le agradeció y levantó la mano para saludar.
Suben. Cada paso era un escalón hacia arriba. Los senderos ascendentes siguen la curvatura de la montaña y en cada giro se siente la altura. Hacia abajo, el paisaje cambia constantemente: los verdes se desmayan en tonos clarísimos, las lejanías se hacen más visibles con siluetas azuladas, el río es una mineral raya bajando, bajando; y hacia los costados, los picos con sus glaciares achicados son vecinos, están cerca y su blanco parece una manta cubriendo el picacho.
Suben. La mula con el paso seguro, afirma las pezuñas, ora sobre un piso pedregoso, ora sobre granza resbaladiza, ora sobre tierra, la mula parecía conocer cada pedacito de suelo donde se afirma con precisión, por lo que Lisandro va tranquilo y traqueteando sobre el lomo.
Suben. Los senderos se estiran siguiendo el faldeo hacia arriba, imponiendo el ritmo lento del paso montañés.
El aire más frío, más puro. Se escucha la brisa entre las piedras, su secreto de tiempos milenarios. Canta como recuerda Lisandro el canto del agua corriendo por los canales para que la viña fructifique. El viento le recuerda el canto del agua, el viento se vuelve brisa para murmurarle secretos de alturas a Lisandro. Y en el muchacho el corazón late feliz. Una exaltación desde adentro le arrancaba asombro y placer de sentirse en medio de un extraño paisaje lleno de misterio que él pronto sabría. Como un príncipe hacia su coronación, así marcha Lisandro sobre su mula caminadora en la línea sinuosa del sendero cordillerano. Como marchando hacia un tiempo original y limpio.
Cuando vieron sobrevolar el cóndor sobre ellos, Lisandro le dijo a la mula que se detuviera.
-Ya es casi medio día y tengo hambre –dijo-.
Habían llegado a un playón rocoso que se abría contra la montaña de roca viva. Era un espacio abierto entre la montaña y el despeñadero, de manera que el muchacho consideró que podría descansar y comer algo. Miró la pared de piedras y vio aberturas como si fueran cavernas, pero no les prestó mayor atención. Luego de apearse de la mula, busca en sus alforjas el pan y un poco de queso que trae, algún durazno que quedara.
Con hambre lo muerde pero…¡casi se quiebra los dientes! El pan comenzó a pesar y Lisandro, sin comprender qué pasaba, lo mira, lo palpa, lo gira en su mano:
-¡Se ha transformado en piedra!
La mula, impasible, se puso a mordisquear unas plantas secas y pobres que se aferraban a la ladera.
-Pero…¡¿viste lo que pasó?! ¿qué voy a comer ahora?
Pero la mula no se inmutó ni un poquito. Tranquila siguió rumiando.
-¡¿NO me oyes!? –gritó Lisandro
oyes—oyes—-yes—-es… –repite el eco de la montaña.
A Lisandro le resulta divertido el eco. Nunca antes lo había escuchado, nunca antes había estado en un lugar donde el aire repitiera sus palabras. Así, divertido, comenzó a jugar con los sonidos…
-¡Eh, tengo hambre! –grita al borde del sendero-
mbre—.bre—bre—bre
-El pan se transformó en piedra –con toda sus fuerzas en la voz-
iedra—edra—edra—dra—a -iba palideciendo el sonido.
Lisandro reía. Y el eco repetía su risa.
Así estuvo un buen rato, pero luego se cansó y además de hambre tenía sed. Entonces volvió a increpar a la mula que, muy campante se había echado a la sombra del picacho.
-¿Y ahora que haré? Moriré sin no tengo agua, si no como algo. – dijo con mucho miedo. Empezaba a sentir desesperación.
-Sé lo que pasa –dijo la mula muy tranquila- es la piedra subterránea que ha tomado tu alimento.
-¿Qué…? —e—e—-e –el eco conversa con él.
-¿Ves esa cueva? Pues, por ahí se entra
Lisandro abre tamaños ojos.
-¿Se entra adónde? —nde—de—e—-
-A sus dominios. Estamos en los dominios de la piedra subterránea y seguro tiene algo con vos. Creo que debes ir.
Lisandro siente un temblor intenso adentro. El corazón le late de prisa y como golpeteando. Ya sabía, aunque preguntara, él ya sabía. Hubiera querido que le dijera que no tenía nada que ver él con ese hueco que tenía delante, pero seguro iba a tener que hacer algo. Algo que lo asusta. Algo que explica por qué está allí, arriba en la montaña a la altura de los picos nevados.
Mira el anillo para encontrar un rostro nuevo, como de ave de rapiña. Feo.
Mira el pan hecho piedra y entiende que no tiene otra opción. Tiene que enfrentar su tarea, para eso lleva el anillo de cristal, para eso lo han cuidado los animales y las plantas en el camino, para eso ha caminado tanto, tanto, que ya no sabe cuánto hace que partió.
Al fin se decide con una enorme angustia.
-¿Y qué debo hacer?
La mula contesta lo que él temía y esperaba que contestara.
-Solo entrar…y buscarla.
El anillo parece empujarlo con sus luces que se estiran y se encojen con movimientos rectos como varillitas plateadas.
El muchacho se toma un tiempo breve para pensar mientras mira la entrada como una boca abierta y oscura. El anillo se enciende más luminoso y Lisandro piensa que de alguna manera tendrá luz y confía en que el anillo lo va a proteger. Se arropa con el poncho y como si se empujara a sí mismo entra en la caverna…
Apenas traspasó el umbral siente una corriente de aire frío que parece recorrer los pasillos que se abren hacia un lado y otro. Frío y húmedo. El anillo se enciende como un farol y esparce suficiente luz para que el muchacho vea donde debe poner el pie en cada paso. Camina sobre un piso de piedra húmeda siguiendo una vereda más o menos ancha.
-Espero que esto se arregle ligero. No me gusta nada estar en este lugar –dijo para sí mismo, para escuchar su voz en medio del silencio de la cueva.
La vereda por donde camina comienza a inclinarse levemente hacia abajo. Lisandro continúa por ella y ya siente que se enfrían los pies y también las manos que, de afirmarse en las paredes de piedra se van raspando…
La senda se estrecha y apenas pasa su cuerpo.
-Si fuera más gordo, hasta aquí nomás podría llegar…
El anillo guía sus pasos con una luz extraña, blanca y azul celeste y sus rayos se mueven como si se reflejaran en el agua. Así Lisandro puede ver en esa oscuridad.
La vereda giró como si doblara una esquina interior de la cueva. Luego debió trepar por unas piedras para después bajar con cuidado porque el piso está húmedo y él se resbala.
Así sigue el sendero interior que gira hacia la derecha, luego sube, hacia la izquierda y se estrecha, baja y se ensancha, encuentra unas piedras que debe sobrepasar, aquí más resbaladizo, allá más tranquilo. Lisandro se agacha, se estira, se afirma en las salientes, se hace chiquito, a veces subiendo, a veces bajando y siempre alumbrado por el anillo cuyos rayos tomaban colores diferentes como si se combinara con los tonos de las rocas.
Y luego se va mojando.
Todo el camino siente que finísimas gotas de agua lo mojan de a poquito.
Lisandro siente un brisa fría que trae un leve sonido. Algo como unos golpecitos musicales en medio de un murmullo armónico que por momentos se transforma en música como si alguien ejecutara un instrumento mágico allá en las profundidades y el eco de la montaña lo trajera hasta él.
Asombrado, se detiene a escuchar porque no estuvo seguro si ese sonido era viento, música, voz o una cuerda de guitarra tan leve que el son se confundía con extraños soplidos. Entonces se detiene para escuchar mejor: tic….ssshch….tac…fffsss….toc…tin….tan….tac….ssschch…tac…
-¿Qué será todo eso?…no sé en qué lío me estoy metiendo –dijo para sí porque no había nadie a quien decirlo y tuvo mucho miedo.
Así estaba, quieto y como congelado, escuchando, y comienza a sentir algo raro adentro: unas ganas de seguir y seguir, una extraña atracción muy fuerte hacia el lugar donde los sonidos lo guiaban, una energía que lo empuja desde su corazón sin que él pudiera contrariarla, como si esos sonidos lo tiraran de una soga invisible hacia abajo por la vereda pedregosa cada vez más mojada como un arroyito oculto.
No entiende bien Lisandro por qué siente ese impulso tan enérgico, pero sí estuvo claro que no puede volverse. Ese son como de guitarra se hacía más cercano…y ya puede distinguir ese campanilleo de gotas que caen persistentes sobre las rocas.
-Algo muy raro pasa acá adentro. Quisiera encontrar esa piedra subterránea y salir corriendo.
La serpiente se descolgó tranquilamente desde una saliente alta de la roca y se le cruza a Lisandro por delante, como si fuera una soga cerrándole el paso. Tal susto se llevó Lisandro que pegó un salto hacia atrás y resbaló en el piso mojado, así que se dio un macanudo suelazo. Aún no se levanta, pálido de susto, cuando se da cara a cara con la triangular de la serpiente que sacaba la lengua como un breve latigazo y además ríe. La serpiente ríe divertida y el muchacho queda frío de sorpresa mirando fijamente como hipnotizado y allí reconoció el rostro moreno. Esa figura tranquiliza algo a Lisandro.
-Vamos. Levántate –le dice y le alcanza la cola como si fuera un brazo.
Tras sobreponerse al rechazo por ese cosquilleo de asco y miedo, toma la cola y se apoya en ella para levantarse.
-Por qué me parece que yo te conozco –dijo una vez de pie-
Entonces la serpiente se irguió sobre su cola y el rostro aparece, el rostro conocido y agradable, de cabellos oscuros y ojos grandes y bellos, sonríe apenas.
Lisandro se tranquiliza. Siente que puede confiar, que aunque no entiende qué está pasando, debe seguir.
La serpiente se mantiene altiva y desde la cabeza comienza a transformarse: el cuerpo se vuelve azulado, transparente. Lisandro ve que el cuerpo de la serpiente-niña pierde consistencia y se licua. Los sonidos musicales llegan a él con más nitidez.
De repente recuerda que necesita encontrar la piedra subterránea. Y no sabe bien dónde buscarla y para qué la quiere. Y dijo
-Mi pan se convirtió en piedra.
La muchacha de agua comenzó a desplazarse rápido por un sin fin de pasadizos. Lisandro la sigue por pasadizos. Camina sobre el piso mojado, como si se desplazaran por un hilo de agua que corre por las piedras. El muchacho comprende que ya no puede volver sin ayuda porque no puede saber por dónde van: giran y eligen uno de los tantos túneles que salen para un lado y otro. Pero se escucha nítidamente ese sonido de gotas que se estrellan contra algo, como cristales y que por momentos parecen sonidos musicales de algún arpa escondida.
Algunos pasadizos son muy angostos y Lisandro debe pasar arrastrándose como la serpiente-mujer que lo guía. A veces debe escalar algunas piedras subiendo y luego deslizarse bajando. En ocasiones se coloca de costado, y después puede erguirse cuan alto es porque atraviesan pequeñas bóvedas. Lisandro está todo mojado. Las gotas caen sobre él y sin darle importancia sigue a la mujer de agua que se desplaza como si no tocara el piso.
En un momento no la vio más.
-¡Espere! –gritó Lisandro- no se vaya- tras unos minutos de silencio absoluto- ¿cómo vuelvo? No sé volver, espéreme—ere—er—eme—me—-me -repite el eco en lo profundo de la caverna-.
Lisandro cree que está en otro mundo o algo así. Está solo en medio del silencio y la oscuridad… “estoy muerto y me llevan al ¿será al infierno?…bueno, tan malo no he sido…” y avanza despacio, despacio y llora de angustia y sin querer, llora y las mejillas cobrizas se mojan de lágrimas porque tiene mucho miedo y todo está oscuro y no sabe adónde va ni cómo volverse. Arrastrándose avanza y cuando empuja el cuerpo adelantando el brazo izquierdo, el anillo se enciende e ilumina la cara de Lisandro porque tiene la mano pegadita a su mejilla.
Luces blancas como una pequeña linterna que le dejan ver un poco ese túnel estrecho, con paredes húmedas y que por el techo gotea y esas gotas se hacen charcos en el piso y mojan la ropa de Lisandro.
Ahora avanza más tranquilo y desde su asombro se pregunta mil cosas. Tiene sensaciones extrañas y no sabe si está vivo o muerto, en la tierra o dónde. Pero un par de raspones que se hizo en las rodillas y en los codos cuando se arrastraba, le arden mucho, así piensa que solo los vivos sienten dolor, frío y hambre como siente él.
-Así que debo estar vivo. Porque yo tengo que encontrar la piedra subterránea y liberar el agua para las viñas –se dijo en voz alta y, por primera vez entiende bien qué está haciendo en esa caverna en lo profundo de la cordillera.
Al girar por el pasillo visualiza un resplandor blanquecino. Siente que llega a alguna parte y camina hacia esa luminosidad, un poco más consolado y decidido. El pasillo comienza a ampliarse y Lisandro puede caminar erguido…y ahí están los sonidos. Cada vez más claros, más intensos y musicales.
Lisandro, obsesionado, se apura. El anillo brilla con luces multicolores como si bailaran alguna danza gozosa. Llega por fin a una entrada semicircular y se encuentra con una gruta grande y redonda, asombrosamente iluminada con destellos de colores como si condensara el arco iris completo en su espacio, y la música de campanillas, armónica y tintineante.
Pero lo que más asombra a Lisandro son los cristales multicolores que, en forma de prismas, se elevan desde el piso y también cuelgan desde el techo y desde las rocas salientes. El muchacho levanta la vista y observa que el techo es una gran bóveda y de ella caen gotas de agua que al chocar con los cristales forman el más hermoso concierto que jamás haya escuchado.
-¡Es maravilloso! –dijo, e inmediatamente calla porque cualquier sonido importunaba esa extraña música. Escucha y siente una conmoción interior, como un embrujo. Ese júbilo de sonidos y colores en las profundidades insospechadas de la montaña lo envuelve. Lisandro percibe lo sublime. Calla y escucha: planc…plinc…zing…zot….y destellos anaranjados, rojizos, violetas, verdes, azules, ocres, amarillos…un templo de piedras luminosas, más bellas que los rubíes y amatistas, transparentes y tornasolados, más sonoras que cualquier música que haya escuchado.
No puede salir de la emoción, de esa sensación hacia adentro, nueva, una congoja hasta las lágrimas. Nada dice y se queda allí quieto, atento, invadido de una paz exquisita. Absorto contempla…es algo más elevado que el cielo y más profundo que la tierra, late precipitado el corazón, late, y la garganta anudada no permite palabra alguna….porque no hay palabras que describan ese secreto escondido…
El secreto de la montaña que lo ronda, como un susurro inconsistente y corpóreo, una presencia absoluta y sabe, profundamente sabe, que está frente a la revelación esencial del principio y fin de la vida.
Allí se queda. En la caverna abovedada como un templo, en un lugar sin tiempo. Sin el sol, es imposible el tiempo. No puede haber horas ni relojes. El tiempo es solo estado de ingravidez y elevación y a Lisandro no le pesa el cuerpo. Se siente como un pensamiento sublime. Solo espíritu y sensación.
Como hechizado, gira alrededor de la miles de campanillas hechas de agua cristalizada y creciendo en una eterna canción.
Mira hacia la bóveda sobre su cabeza y comprende: desde el techo caen en continua danza las gotas de agua. Gotas y más gotas, pequeñas, suaves, casi imperceptibles, que se apilan, se adhieren, se amontonan…y se convierten en pequeños cristales. Ahora las sienten sobre su cuerpo porque lo mojan…plic sobre su cabeza…resbala por el mechón de cabello negro…plac, un gota sobre el hombro…y esa se mete en el poncho…ploc, la gota justo en la oreja, Lisandro ríe…tac, una sobre la zapatilla…Lisandro sonríe y piensa que están jugando con él en una especie de ronda, y las horas pasan o no…no está seguro del tiempo porque se está divirtiendo mucho, está hechizado con tanta belleza hecha de cristales que cuelgan, que emergen del piso, de las salientes de las rocas, con tantas luces de suaves colores como arco iris pequeños desparramado por todas partes, está aprendiendo la música de las campanitas que suenan como triángulos tocados por mano mágica.
Camina hacia un lado, y hacia el otro jugando con las gotas, camina en círculo siguiendo el trazado de la gruta y de repente encuentra la boca de una galería a cuyo fondo un resplandor amarillento y débil rompe la oscuridad. De repente recuerda:
-¡La piedra de la montaña! ¡Esa que tiene el poder de convertir el pan en piedra!…¿Cuál será?
Aunque no le gusta la idea, entra por esa puerta. Siente una extraña atracción y no puede controlar sus pasos, tiene que ir hacia esa débil luminosidad por el pasadizo.
Camina y camina, tropieza a veces, se afirma en las paredes húmedas, las gotas lo mojan pero ya no le hace gracia, no está jugando. Se lastima las manos de tanto afirmarse. Se moja los pies porque va caminando sobre el agua que corre por el piso.
Y lo peor: no sabe adónde va.
Lisandro continúa por el túnel guiado por el resplandor. “Esa luz está aquí nomás”
-piensa-. Una pared le cierra el paso y él gira hacia su derecha…
El resplandor parece alejarse.
-Esto no puede ser…los rayos son siempre rectos, no trazan curvas…¿cómo es que yo los veía y ahora…?
Tiene miedo. Mucho miedo.
Tiene frío y hambre.
-Esta cueva es interminable y no sé cómo voy a salir…
Apura el paso y sin pensar nada, sigue el resplandor. Esa débil luz se aleja a medida que él se acerca. Un pasadizo y otro…dobla hacia la izquierda y luego otra vez: llega a una caverna redonda y la luz le hace señas desde una abertura para que siga por allí…Lisandro sigue…trepa por unas rocas hasta alcanzar la ventana iluminada allá arriba…ya olvidó el hambre y casi no tiene frío porque el miedo le aprieta el estómago y lo hace transpirar…pasa por ese agujero y se encuentra en otro túnel…
Lisandro camina.
Sigue la luz y camina.
El resplandor amarillento parece jugar a las escondidas con él…de pronto desaparece tras un recodo, de pronto aparece a su frente y cuando Lisandro se dirige a ella, le hace señas a su espalda.
Exhausto, se sienta sobre el piso.
Desconcertado.
-¿Cuánto tiempo llevo así, persiguiendo una luz? ¿cuántas horas y por qué? No existe tiempo en lo profundo de la montaña porque aquí no llega el sol. ¿y esa luz de dónde viene? ¿es una luz?
Ya no quiere hacerse preguntas. Con las ganas de saber el secreto, se pone de pie y avanza. Las piernas se aflojan de cansancio, duelen…piensa que va a caer allí mismo y se va a dejar estar…pero sabe que tiene que andar…así, el retorcido pasadizo traza una esquina y él gira y…se da de lleno con todo el afuera y el sol a pleno. Ahí está: la boca de salida. Unos pasos más, y Lisandro se desploma cansado contra un peñasco estirando su cuerpo al sol que lo recibe con tibieza, dulcemente. Está empapado. Así permanece, sintiendo el calorcito que lo arropa y se durmió.
Tac…toc….tac…tong…tuc…los pasos de la mula sobre las piedras. Había estado cuidando el sueño de Lisandro, pero sabe que ya es hora de continuar.
Acerca la carota a las mejillas del muchacho y lo empuja suavemente. Pero él estaba muy cansado y profundamente dormido. Pero la mula insiste. Hasta que por fin abre los ojos, toma conciencia de su despertar y se siente extraño.
-Tengo hambre –y busca en las alforjas lentamente, todavía el sueño pegado a sus movimientos.
Encuentra pan: estaba tierno y crujiente, como recién horneado. Encuentra queso sabroso. Encuentra charqui y uva. Deliciosas uvas moscatel. Queso y uva ¡qué rico! Uva, queso y un poco de pan. Repone fuerzas y recompone su entendimiento.
-Veo que has encontrado la Madre Piedra, y ella te ha aceptado –dijo la mula.
Lisandro iba a contestar, pero un tropel de ideas confusas y recuerdos desordenados vinieron todos juntos como el agua de una creciente y entonces no dijo nada.
Recordaba profusamente.
Recordaba colores, luces, sonidos, asperezas y suavidades, fríos y asombros.
Recordaba con su mente, con su cuerpo, con su piel, con sus oídos, con su cansancio. No podía poner en palabras todo aquello que ya sabía porque ahora se sentía extraño.
Adentro de él, en ningún lugar y en todo su cuerpo, como incorporado a sus venas, le recorre una sensación desconocida que lo hace feliz. Lo empuja.
Tiene muchas energías.
Comienza a saber que en lo profundo de la cordillera y bajo la arena y bajo las piedras resecas se genera la chispa luminosa condensada en una gota de agua.
Se siente sabedor y distinto.
La noche emponchó el cielo que pasó de un azul intenso al negro estrellado.
Y la luna como un gran farol.
Lisandro se incorpora y comienza a caminar por sendas de piedras. Hay un secreto que las piedras le entregan. Bajo la luz intensa de la luna que a cada paso parece más cerca, Lisandro pisa seguro y avanza. Avanza subiendo y pone tensión al avanzar.
Sigue la senda que sube. Busca un misterio en lo alto de ese pico con nieve en la cumbre. La nieve refleja, plateada, la luz de la luna y conforman una extraña fantasía de azules, violetas y añiles…y silencio.
A cada paso Lisandro asciende.
La luna es cómplice.
Y Lisandro sabe que la montaña está llena de misteriosos secretos que los hombres, allá abajo, esperan saber.
-¿Dónde está Lisandro?
-Ha ido en busca del secreto del agua.
-¿Cómo sabe eso usted, comadre?
-¿No ve la tierra arenosa, el canal sin agua?
Allá en su casa de la finca, el ocre y el amarillo tiñe un paisaje extraño por la avanzada primavera. Los hombres miran al cielo y piden una lluvia. Miran la montaña y le preguntan por qué no tiene agua el río.
Allá en el pueblo, entre el polvo de las calles y la resolana ardiente de la tarde, la iglesia soltó campanadas pesadas y densas llamando a la oración.
Las gentes concurren, con arreglos apenas y cabizbajos. Hasta los hombres de las boliches y los bares dejan las cartas en una partida a medio jugar, abandonan los tacos del billar, dejan el vino rojo y oscuro como la sangre a la mitad del vaso y concurren al llamado. Todos saben en lo íntimo que con el sagrado no se anda con vueltas y la cuestión del agua se ha puesto muy feo vea…
-¿Dónde está Lisandro?
-Ha ido por agua, pues…
Ya concentrados en la iglesia, el padre Lorenzo comienza una letanía larga, con muchas palabras difíciles y muy piadosas. Luego levantan a San Roque, patrono de los agricultores, y lo sacan de la capilla para pasearlo por las calles del pueblo.
Todos concurren.
“…el agua nuestra de cada día, dánosla hoy…”
Hasta don Esteban se persigna al paso de la procesión desde la puerta de su casa en el silloncito de totora…ya no puede caminar más… “cosas de la vejez” dice ña Romilda, la esposa… “y qué va hacer…los años, doña, los años…”
Todos participan.
El padre Lorenzo camina con sus atuendos de puntillaje blanco delante del santo gritando oraciones que las mujeres beatas repiten y contestan…
-Agua, señor, agua…
El Miguelito oficia de monaguillo porque está por tomar su primera comunión y va delante con el bracerito prodigando incienso a derecha e izquierda…
-¿Dónde está Lisandro?
-Donde está el agua…en la montaña…
-Señor, apiádate de tus hijos que abren los surcos de la tierra para que los frutos que tú mismo, en tu infinita misericordia…. –la letanía del padre Lorenzo. El Miguelito bosteza cansado y un poco lloroso por tanto incienso-.
Luego volvieron a sus casas envueltos en el silencio extendido que el misterio exige a los hombres.
El pueblo es una silueta de casitas y árboles sin un sonido, sin un respiro. Es como un sueño de pueblo, como si alguien lo pensara nada más, como un dibujo sobre el lienzo azul oscuro de la noche cálida y estrellada, porque las personas se recogen en sí mismas temerosas y presintiendo…
-¿Dónde está Lisandro?
-En lo alto…buscando la semilla del agua…
Lisandro se detuvo. Apoyado contra las grandes piedras de la montaña se deja llenar de silencio. Algo como un susurro sin sonido que adentro de su corazón hace ruidito y está lleno de gotas de agua que en extraordinario concierto se eleva como dulce melodía.
Es noche.
Lisandro no está seguro hacia dónde seguir porque desde ese punto, varias sendas continúan en distintas direcciones.
Descansa.
Siente frío.
Arriba siempre hace frío y los glaciares reflejan una blancura de luna sobre el azul oscuro de la noche.
Lisandro mira el anillo de cristal.
El anillo de cristal se enciende como una lámpara mágica y Lisandro ya no siente frío…dibujada sin líneas, como si fuera una proyección, el rostro moreno sobre la piedra.
El muchacho repone fuerzas con un poco de pan crocante y queso. La mula lo empuja cariñosamente para decirle que debe continuar. Él duda un momento y el anillo lo obliga con el movimiento de los rayos plateados.
El ascenso es agotador. Cada paso cuesta y el aire parece que no entrara en los pulmones cuando respira.
Asciende.
El anillo cobra luz más intensa cuando Lisandro siente que no puede respirar ni avanzar y entonces recobra fuerzas…avanza. Pisa hielo. Camina sobre los glaciares infinitos. Se eleva encima de picos y picachos para recibir los rayos primeros del amanecer.
Agotado, ya sabe.
Sabe que camina sobre el origen. Sobre la semilla.
Allí está el agua en bloques, filtrándose por las rocas en gotitas musicales que forman figuras transparentes mientras elevan melodías de cristal.
Sabe que se encaminan hacia las planicies y luego profundo en la tierra para ascender en jugosas formas vegetales.
Gira en el recodo y encuentra el pequeño lago formado por las aguas que quieren descender. El bloque de hielo les corta el camino hacia abajo…las aguas están detenidas. Los ríos se recuestan en las piedras recalentadas de sol, las vertientes son invadidas de malezas y los hombres desesperan.
Lisandro se detiene en la fuente silenciosa. Arrodillado, bebe el agua helada, introduce las dos manos en los círculos concéntricos que ondulan los rayos del anillo de cristal.
El bloque de hielo se conmueve entre colores en movimiento, tornasolados, en verdes esmeraldas, azules transparentes y dorados brillosos. Un ruido de piedras viene de las profundidades. Se estremece la tierra y los haces de luz que surgen del anillo intensifican las ondas en el agua…cava una abertura en la sólida pared de hielo, como si se abriera una compuerta, el agua, cristalina, transparente, helada, comienza a descender formando un arroyo desde ese lago de altura.
Lisandro sonríe.
Ya está.
Se sienta en el hielo y se deja envolver por los rayos del sol que lo tiñen de dorado. Lisandro brilla en la cumbre.
Sabe que él mismo es parte del círculo de ascenso y descenso como lo hace el agua. Y sabe que allá, abajo, están esperando la parte que les toca. Mira el anillo cuya luz está apocada por el sol que brilla y brilla.
-Déjala pasar –dijo Lisandro en voz alta-.
En el silencio completo de la altura, solo se escucha el campanilleo del agua que se mueve y se escurre burlando el bloque de hielo. Lisandro se adormece de cansancio y tibieza en medio del frío…allí queda, quieto, sumergido en un sueño de hielos y cumbres, bañado de sol, recostado en las rocas…
El mundo de magia es quebrado por el ronco llamado de la mula. Ese llamado y Lisandro vuelve al deber…hay una misión que terminar. No puede quedarse. Se pone de pie y comienza a bajar. Un paso, otro, una senda cubierta de hielo porque el peñasco le hace sombra, un giro y el pedregullo. Es difícil. Pero ahí va el agua…el anillo brilla solo de blanco.
-¡Bravo Lisandro!- miró alrededor porque no sabía de dónde venía esa voz un tanto cavernosa. -¡aquí!
Asombrado, el muchacho comprende.
-¿Una roca me habla?
El enorme peñasco que mantiene el hielo en la senda tapando el sol, parecía querer acariciarlo…
-Gracias pero…
-No te asombres. Soy parte de la piedra de la montaña y -bajó un poco la voz como para decir un secreto- como conozco sus misterios…vamos, sigue, que no te sorprenda la noche aquí, te vas a congelar…
Lisandro agitó un saludo y continúa sus pasos hacia abajo. Había ya caminado una media hora, le daba un poco de miedo el sendero que se estrecha contra la pared inmensa de la montaña por un lado y el abismo profundo hacia el otro. Una vereda angostita para pasar. Lisandro pega su cuerpo a la pared, casi temblando…jura que nunca vio la rama que se le cruzó y que lo hizo caer. Un golpe que dolió en las rodillas y en las manos…pero el susto lo dejó sin aliento. Luego, la risa.
-¿Quién… quién se ríe de mí?
La rama se ríe de él.
-Por tu culpa casi me mato…¡mirá si me caigo al precipicio…!
-No te dejaremos caer…-y la rama se puso rígida-. Lisandro la mira sorprendido y luego comprende que esa rama se ha convertido en un bastón: exactamente lo que necesita para afirmarse mientras sigue las huellas escarpadas.
-No me vas a jugar en falso….no es broma este camino.
La rama toma la forma de mujer vestida de hielo, grácil y transparente, lo ayuda a levantarse. Ese rostro moreno que le sonríe y que es y no es verdad.
Lisandro desea bajar, desea estar con su casa, con su madre, entre las viñas. Desea jugar con su primo el Tito, estar en la escuela y buscar el mar en la computadora. En silencio; con mucho cuidado y afirmándose en la rama-bastón comienza a caminar hacia abajo. Apoyándolo, con firmeza, la rama habla y habla y habla todo el tiempo…tal vez comprende que Lisandro tiene miedo, está triste y cansado y por eso lo distrae…
-¿Podés callarte un ratito? Dejame escuchar….-y se detuvo porque un rumor sordo parecía bajar rápido desde la montaña.
-Eso es, ni más ni menos, piedras rodando…-dijo el bastón en un continuo parlotear- es el río.
Lisandro busca el anillo de cristal en el dedo y éste emite tenues luces blancas. Siente alivio al comprobar que está en el dedo. El ruido crece y es el rugir del agua que Lisandro identifica perfectamente. Ese ruido está en su memoria y lo ha escuchado mientras a la orilla del canal contempla impávido el lomo hinchado del agua marrón.
-Es el río –dijo casi gritando- por fin el río…¡habrá agua allá abajo!
En el pueblo, la sequedad de la tierra entristece el paisaje. Las hojas caen sin que sea otoño. Los árboles mustios y las ramas quebradizas.
En el pueblo, abajo, la tristeza de los hombres con la piel cobriza tan reseca como la corteza de los olivos.
Abajo, los canales con apenas un hilito de agua y las acequias e hijuelas muy, muy secas, se agrietan en su agonía de no tener qué transportar hacia ninguna parte.
Abajo, en el pueblo, la desesperanza.
-¿Dónde está Lisandro?
-Arriba, pues, pastoreando l’agua.
Y las miradas silenciosas no dan crédito a las palabras insensatas.
-El chico se ha extraviao. Quién sabe dónde ande…si está vivo…quién sabe…
-Ya se sabrá.
Arriba, la pared de hielo fue cediendo: un trocito que se desprende, luego un pedazo sólido como una piedra y entonces el agua salta a través del hueco para cavar más ancho el agujero como una gran ventana de salida. El agua pasa atropellada, ruidosa, y los pedazos de hielo arrancados se precipitan en medio del torrente que baja con estruendo, con fuerza que se convierte en furiosa carrera. Pedazos de hielo y piedras mezclados que ruedan en medio del torrente. Y cuando salta hacia un nivel más bajo forma una maravillosa cascada de un blanco lechoso que las rocas guían hacia el cauce. Allí está Lisandro, contemplando la maravilla que ese salto ha formado entre un cerro más alto y otro más bajo, el agua salta y cae con ruido y constancia como una música mineral que quiere revelar el secreto de la montaña…
-Pongámosle un nombre –dijo el bastón- ese salto no estaba aquí. Lo ha formado el agua en este deshielo…
El muchacho no responde porque está contemplando con absoluto regocijo, sintiendo en su corazón una emoción sublime cuando oye ese canto constante del agua precipitándose en cascada.
-El Salto del Arco Iris. Así se llamará.
-Me parece lindo nombre. Ahora, te darás cuenta que debemos cruzar el río para poder seguir bajando, porque desde aquí solo tenemos barrancones profundos, el sendero va por la otra orilla.
Lisandro mira estudiando las posibles sendas. No hay paso. El río caudaloso se precipita cayendo en lo profundo de la quebrada y la pared lisa de piedras lustrosas a su espalda. No hay paso. Imposible cruzar. Y tampoco puede seguir bajando. Y la alegría de contemplar la cascada se convierte en angustia.
-Y ahora qué hago…no puedo quedarme parado acá…-dijo en voz alta casi con terror-.
El anillo intensifica sus colores y titila como una pequeña estrella en el dedo de Lisandro, que se acerca a la cascada y las gotas lo salpican. Cuando una de las gotas moja la piedra del anillo, éste se enciende más aún y sus rayos de colores forman un hermoso arco iris que cruza el río de una orilla a otra. Todos los colores, uno a la par del otro juegan con las gotas de agua.
-Vamos, Lisandro, crucemos ahora…-el bastón tiraba hacia delante.
Los colores del arco iris brillan como las luces del árbol de navidad. Lisandro se sintió envuelto de luces también. En el anillo, el rostro moreno de ojos oscuros le sonríe y Lisandro comprende: comienza a cruzar el río, justo junto a la cascada, caminando sobre un puente arco iris que brilla y titila y lo envuelve a él en luces blancas mientras el anillo parece sonreír…
Así Lisandro cruzó el río…
Hacia el final del puente arco iris, se encuentran con un cañaveral, como esos que crecen a las orillas de los canales. Por entre ellas pasan Lisandro y la mula lo esperaba. Una de las cañas se estiró como impidiendo el paso, y luego se quiebra en varias partes. Lisandro la mira desconcertado y ya pasa por encima:
-No lo hagas, recoge el trozo. –le dijo la rama-bastón.
Toma el trozo y lo mira girándola entre sus dedos. Entonces se da cuenta de qué se trata:
-Es una quena…
Asienta sobre sus labios el extremo, supla con fuerza y cubre algunos orificios. Un sonido largo y tranquilo llena el aire y luego un ritmo que ondula suave y con armonía. Lisandro sonríe feliz. Puede tocar música y la música le llena el corazón y hace más sencillo el camino, como a los pastores de los cerros.
Encuentra el sendero y comienza a descender. Cuando mira hacia atrás, el arco iris había desaparecido. El anillo apenas plateado parecía dormido.
Ahora debe salir del estrecho paso y se afirma en las paredes de piedra que le acarician la mano suavizando las asperezas. Un cóndor pequeño lo sobrevuela y ensaya un graznido suave para alentarlo como diciendo soy tu amigo.
Ahora solo se trata de caminar y caminar, siempre hacia abajo en un suave descenso. Se afirma en el bastón que siempre tiene algo que comentar sobre cada planta y cada elevación que está a la vista. Que por allá, donde se ve aquel grupo de álamos vive un puestero huarpe muy anciano y… que al recodo del río tras el cerro aquel vivió un niño milagrero que curaba con solo mirar al…que esa planta es buena para aliviar el dolor de los huesos porque doña Gumersinda la recetaba siempre y…que ¿ves aquella elevación con forma de montura?… un aviador se perdió por querer cruzar…y el monólogo interminable entretiene –y aturde- a Lisandro que camina muy callado porque ya se sabe, hablar de más ofende ese templo magnífico que rodea al muchacho. Además, necesita toda la energía que acumula su cuerpo para poder continuar.
Cuando el calor agobia y el agua empieza a escasear, el anillo emite rayos azules. Lentamente comienza a nublarse y las nubes lo acarician para refrescarlo. Lo rozan con suavidad y entre ellas el rostro moreno de suave sonrisa.
El silencio sublime de las alturas. Solo el chas…chas….chas…de los pasos de Lisandro sobre la granza del sendero. Pasos que continuamente descienden.
El paisaje va cambiando. La vegetación emite aromas distintos y los arbustos se doblan al paso de Lisandro para saludarlo y ofrecerle su mejor perfume. El chañar mueve sus hojitas como aplaudiendo y las florecillas pequeñas a los costados del camino se movían como pañuelitos blancos.
Un espinillo que creció entre dos grandes piedras al costado del sendero le enganchó el ponchito a Lisandro con unas espinas y le dio un tirón…
-Bravo muchacho- le dice y lo suelta –solo quería saludarte –sonreía el espinillo-.
Entonces el muchacho decidió descansar un poco mientras conversa con la planta. Pronto se le acercan algunos zorros, un par de vizcachas y también un cachorro de puma. Todos quieren conocerlo porque su fama se había extendido y se comentaba sus aventuras y trabajos por todo el campo. Y aunque Lisandro no se había dado cuenta, lo iban siguiendo por todo el camino.
Los aromos y algarrobos del lugar se inclinaban para darle sombra, protegerlo y mostrar su orgullo de poder cobijar a Lisandro, porque además, todos sabían que era el protegido de la Madre Piedra de la Montaña y con lo sagrado no se juega.
-Cuéntanos Lisandro, cómo es ella…
-Dónde se encuentra…
-¿Conversaste con ella? Qué te dijo…
-Cuenta Lisandro…
El muchacho no sabía qué responder porque no tenía idea clara de qué estaban hablando todos. Entonces, para contentar a todos, tomó la quena de caña y comenzó una hermosa melodía que en medio del paisaje suena con tal armonía que todos supieron…
Primero fue un rumor que algunos no quisieron creer. Luego el rumor tomó fuerza de grito y nadie pudo desconocerlo. El grito de don Nuncio que venía a la carrera, desbocando el caballo en un galope todo lo veloz que pudiera:
-¡Agua! ¡Agua! ¡el río viene crecido! –don Nuncio grita y revolea el poncho sobre su cabeza para llamar la atención- ¡El canal desborda! ¡agua!
Don Nuncio, del puesto Las Higueritas, arriba del Cerro Nevado, baja con todo el asombro y velocidad que puede. Todos conocen a don Nuncio, el que anuncia los caprichos de la montaña.
Un estruendo precede su llegada, un ruido sordo y ronco. Un estremecimiento de temblor la va anunciando.
El agua ocupa todo el espacio del cauce, de una orilla a otra e inclusive se desborda. El lomo oscuro de barro y mineral arrecia en el empuje de troncos, piedras y todo cuanto se le cruza en su furiosa carrera de descenso…
El agua ganó el espacio y llegó mucho antes que Lisandro.
Todos salen a saludar al río
Se quitan el sombrero.
Se asoman a las orillas
Se persignan
Repican las campanas de la iglesia.
Gloria y gracias.
Algunos lloran.
¡Agua!
Y esperan sin pronunciar el nombre.
Ya vuelve Lisandro. Trae la magia con él.
Remolón –el perrito- ya lo anunciaba con ladridos interminables contra el alambrado de la finca. Remolón no necesita que le digan que su amo vuelve. Él sabe que Lisandro está viniendo porque lo percibe en el aire, en el paso lento de la mula, en el sonido de caña que la quena de Lisandro anuncia.
Lisandro llega montado en la mula.
Su ponchito nuevo, con guardas de colores, abrigado.
Sus zapatillas embarradas y rotas.
Su corazón feliz: conoce el secreto del agua.
Sonriente busca el anillo de cristal.
Ya no estaba en el dedo.
Ya no estaba.
Tiempo de damascos.
Las tijeras cliquean entre los árboles bajo el sol. Las tijeras parecen bichitos en la siesta.
Bajo la enorme chupalla los rostros se ocultan en la sombra. Los damascos resuman perfume en las cajas. Zumban las abejas del colmenar.
Tiempo de duraznos.
Redondos, perfectos. Pequeños soles colgando de las ramas.
Ya vendrá el tiempo de las uvas. Ahora los granos son chiquitos y verdes empujando por pintarse y crecer.
El agua corre por el surco y el azadón va y viene sobre las acequias.
En lo de Prats las gotas son como cristales chiquitos por las mangueras. Son surcos de mangueras, bien colocadas, llenitas de gotas de agua.
Lisandro sabe que este año también cosechará y también comenzará la escuela para mitad de abril. Se sienta al final de la hilera a esperar algo. Las uvas están muy verdes y no se pueden comer. No sabe si el anillo de cristal se ha encarnado en algún grano. No sabe dónde está.
Sabe que en algún momento preciso lo ha de encontrar porque él y el anillo comparten el misterio de la montaña.
Donde nace la vida.
Donde se engendra la semilla.
Donde está la Piedra Madre filtrando gotas despacito, en la inmensidad del tiempo.
Y sabe porque, como todo, él es parte…
(Inédito)