El último año del Padre

El último año del Padre

A partir del triunfo de Cámpora y de la vuelta definitiva de Perón, las diferencias al interior del campo popular se acrecientan y son alentadas desde los sectores que le temen a las mayorías. Brutalmente asesinado por la Triple A, el Padre Mugica sostiene en esa coyuntura una posición que se hace fuerte en convicciones religiosas y políticas, tan vigentes en su época como en la nuestra.


 

El 25 de mayo de 1973 el Padre Mugica está frente al Congreso con “sus compañeros villeros”, que lo tocan, lo acarician y le calzan una gorrita con Perón y Evita. Hay quienes lo ven después trepado a la Pirámide de Mayo, quizás en busca de una mejor perspectiva de la marea humana. También se sabe que estuvo en el interior de la Casa Rosada, cuando se canta a voz en cuello la marcha y Cámpora ya es presidente. Desde ese momento empieza a no encontrarle justificativo a la lucha armada. En ese mismo mes escribe sobre su conversión, religiosa y política. 1955, en un conventillo de la calle Catamarca, lee: “Sin Perón no hay Patria ni Dios. Abajo los cuervos”. El derrumbe gozoso de un mundo al que había pertenecido, el de Barrio Norte, y el abrazo a los pobres y a los humildes. 

Perón le pide que sea asesor del Ministerio de Bienestar Social. Aunque lo alertan sobre López Rega, Mugica acepta; pero rápido, en agosto, renuncia. El plan de erradicación de las villas es un negocio del ministro con empresas privadas y no deja lugar para la participación de los villeros. La pelea es a los gritos, con cámaras de televisión y acto en la Federación de Box. López Rega lo quiere enchastrar con una denuncia por corrupción y el Padre Mugica lo enfrenta en el Ministerio. 

En septiembre, días antes del triunfo de la fórmula Perón-Perón y también del atentado contra Rucci, en una misa por Ramus y Abal Medina, el Padre Mugica señala: “como dice la Biblia, hay que dejar las armas para empuñar los arados”.  Montoneros pone de fondo una bandera, junto a la cruz. La fotografía da vueltas y todo lo salpica a Mugica. 

El lunes 25 de marzo de 1974, a pocas cuadras de la Plaza de Mayo la policía reprime a una movilización que protesta contra el traslado de los habitantes de la villa Saldías a nuevas viviendas en Ciudadela. Allí es asesinado Alberto Chejolán, un militante del Movimiento Villero Peronista, agrupación dirigida por Montoneros. Al otro día, 60.000 villeros de Retiro no van a trabajar. El Padre Mugica oficia la misa: Chejolán “ha muerto como Cristo y debe estar junto al Señor.” Es una plegaria para “una víctima de la violencia criminal, al hermano que dio la vida por la patria y por su pueblo.” Sin embargo, Mugica y buena parte de sus “compañeros villeros” no habían participado de la movilización duramente reprimida porque apoyan el nuevo plan de erradicación de las villas que ahora promueve directamente Perón. Dadas las diferencias con el MVP, constituyen la agrupación “leales a Perón”.

Vayamos al final que conocemos. Después de las balas de la Triple A que lo asesinan a la salida de la parroquia de San Francisco Solano, Francisco Urondo -uno de los responsables del diario montonero Noticias- escribe: “Padrecito Mugica, ¿habrás sido tan tonto de pensar que fui-/mos nosotros? Estabas equivocado, ya, pero espero que no hayas/cometido este nuevo error”. Apenas parecen versos, casi ilegibles hasta 2006 cuando se publican en libro, pero también por su ironía que roza la crueldad. Espanta como la mejor literatura argentina. 

Entonces, las equivocaciones. Ante el plan de Perón, dice Mugica en Mayoría, hay que escuchar a los villeros, saber qué opinan de la situación y de las casas que les darán. Pero “el socialismo dogmático” se opone cerradamente, atento sólo a sus verdades, como si quisiera eternizar la situación de las villas. Herederos del liberalismo, les lanza Mugica. Nunca perfectas, las viviendas de Ciudadela son dignas y los villeros ven bien este cambio que apuntala Perón. “Pero ¡ojo! Erradicar la villa no quiere decir destruir los valores del villero que son los de la solidaridad, la viva conciencia comunitaria, los de un sentimiento cristiano profundo.”

El 1ero de mayo el padre Mugica no se va de la Plaza y, en una nota que prepara la semana previa a su asesinato, se lee: “Fue doloroso que muchos jóvenes se fueran de la Plaza. Por experiencia personal sé que no pocos están meditando serenamente su actitud futura.” (La Opinión, 12 de mayo) ¿Qué pasó con Mugica durante esos 12 meses? ¿Pasó algo? En Militancia lo mínimo que le dicen es traidor. Pero en un escrito de 1972, “Jesús y la política”, Mugica ya había llamado a no perder de vista “que la revolución no significa la instalación del Reino de Dios en la tierra, y que debe ser permanentemente revolucionada y criticada desde la fe, hasta que el Señor vuelva.” Es decir, que la política mundana –incluso la revolucionaria- puede tan sólo aproximarnos a una vida más plena, porque el Reino del Señor no es de este mundo. Por eso, la critica acerba a la URSS que detuvo su proceso revolucionario como si ya el cielo estuviera conquistado y el elogio a Mao que sigue en la brecha, en pos de un ideal no alcanzado. Ya en ese entonces, para Mugica el socialismo y la revolución es un camino político, no una meta que se pueda pisar.

Firmenich también se despide de él en Noticias, obligado por las versiones que acusan a Montoneros del asesinato, aunque también por lo que lo unía cura. Palabras respetuosas que trazan una diferencia: el Padre Mugica estaba tomado por una mirada religiosa; nosotros, dice, por una política. ¿Cómo es esto? ¿Qué es la política?

Después de todo lo ocurrido en estos 40 años, imposible que nos convenza que en las posiciones promovidas por Firmenich había más política que en lo argumentado por Mugica. La inminencia de la revolución, y la creencia de que el cielo sí podía ser tomado por asalto, movía a miles de miles en esos años. Desacreditaba toda pausa, impedía todo “meditar serenamente”. 18 años de proscripción de las mayorías sociales en nada ayudaban a prestigiar la política, ni siquiera la de avanzar de trinchera en trinchera. La toma del poder o nada. Por lo demás, el barro de la política argentina estaba particularmente espeso.

Más allá de las responsabilidad de las conducciones políticas, vale reparar en otro poema de Urondo, previo al anterior, una oración: “Piedad para los equivocados, para/los que apuraron el paso y los torpes/de lentitud”. Incluye a “los que hablaron bajo tortura”, nunca a los torturadores o al anhelante clamor de venganza contra el ascenso de masas.

El kirchnerismo, con un ojo puesto en los setentas –pero sólo uno ya que, además, tuvo varios-, en sus entusiasmos y políticas, es la revisión práctica de las militancias de los setenta, en las nuevas coordenadas de época. Como a un “frontón” contra las ofensas y agresiones cotidianas, lo recuerdan a Mugica los villeros un año después de su asesinato (Crisis). En las condiciones del omnipresente capitalismo, una política popular conjuga el frontón con los derechos.

 

Fuente: TÉLAM

 

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