Abrimos el debate sobre la Res. 174
Nosotros pedimos la palabra
Igualdad y Diferencia, el desafío de reinventar la escuela para el siglo XXI
Por el Lic. Martín Omar Aveiro, de la Dirección de Educación Superior
En el siglo XIX la escuela pública en nuestro país fue el medio más efectivo para llevar a cabo los ideales de la modernidad. Así pues, fue el ámbito para que las grandes masas de la población accedieran a la lecto-escritura y se integraran al proyecto de la civilidad. No obstante, su imaginario apuntaba a la Europa culta, civilizada, frente a las barbaries que habitaban los territorios de la recientemente inventada nacionalidad. Al menos, esa era la consideración del gran ideólogo de la educación argentina, Domingo Faustino Sarmiento.
Por tanto, se tendió a formar un “hombre” despojado de sus particularidades. De eso trataba el normalismo en su etapa fundacional y de forma misional fue llevado por los maestros a cada rincón de la patria. Sin embargo, como en cada dispositivo podemos encontrar trazos divergentes, algunos egresados de la originaria Escuela Normal de Paraná caminaron en un sentido opuesto. Entre ellos el gran pedagogo mendocino, Carlos Norberto Vergara, quien se animó a proponer una escuela de y para la libertad. De ahí que en su experiencia de Mercedes, como bien lo ha investigado Mariana Alvarado, puso en práctica un sistema de enseñanza contrario al ritualismo, la burocratización y el autoritarismo por sus efectos nocivos para la infancia.
Ahora bien, la crítica de Vergara fue al modelo finisecular homogeneizante avizorando un cambio de época con el siglo entrante. Aún así, una centuria más tarde permanecen arraigadas costumbres, temores y prácticas de aquel entonces. Por eso, nos proponemos debatir el contenido y los fundamentos de la Resolución 174/12 del CFE que ha generado una polémica, en muchos casos, sin argumentos claros. Puesto que no se resuelve allí solamente el problema de la repitencia en el primer grado de escolaridad primaria. Es más, decir esto y no discutir su trasfondo es un reduccionismo absurdo. La medida va mucho más allá, dado que se centra en el reconocimiento de las diferencias sin por eso dejar de perseguir la igualdad. Pereciera un contrasentido, pero no lo es. Pues como dice Boaventura de Souza Santos:
Queremos dos principios, y no uno solo: igualdad y diferencia. El principio de la igualdad exige una redistribución a través de luchas que continúan siendo fundamentales. El principio de la diferencia exige conocimiento igualitario de las diferencias. Es allí donde la modernidad occidental siempre fue débil. Esa dupla tiene que estar completamente unida en la sociedad civil. Y de allí surge el gran derecho en esta sociedad civil global. El derecho a ser iguales, cuando la diferencia nos inferioriza; el derecho a ser diferentes, cuando la igualdad nos descaracteriza”.
De manera que plantearse trayectorias escolares reales, tal cual lo plantea la normativa, en una unidad pedagógica de dos períodos lectivos, es un paso importante en cuanto a los modos heterogéneos, variables y contingentes de apropiación de saberes como la lectura y la escritura. Asimismo, es una forma de igualación, en orden al desigual capital cultural con el que niños y niñas acceden a su escolaridad. Por cierto, está suficientemente estudiado el impacto frustrante de repetir un curso a la temprana edad de seis años y, también, que el aprendizaje para leer y escribir es mayor al de un ciclo del calendario. En consecuencia esto no implica, de ninguna manera, bajar la calidad educativa sino repensar los modos de transmisión de saberes, tal vez menos excluyentes y al mismo tiempo más efectivos para el conjunto de la sociedad. En fin, para reinventar la escuela del naciente milenio es imprescindible quitarse algunos ropajes añejos: “a vino nuevo, odres nuevos.